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lunes, 25 de octubre de 2021

No pudo ser evitado


Desde los 13 años, cuando desperté plenamente a la experiencia sexual, mi madre fue objeto de mis deseos más prohibidos.

Creo que ella fomentó ese impulso tomándose libertades y atrevimientos que debía saber la reacción que provocarían. Me tocaba íntimamente, me besaba en la boca, mostraba su cuerpo en demasía cuando estábamos solos en la casa, me hacía ver junto a ella, los 2 solos, películas eróticas, y cuando estaban presentes mi padre y mi hermana todo eso se convertía en una representación de la madre perfecta. Nadie pensaría que esa madre era la gran provocadora de su hijo. Es cierto que mi pasividad le abonaba el camino. Desde que comenzó a jugar esos juegos de seducción yo me porté como un tonto que se dejaba hacer y que escapaba siempre que podía. Pero eso no evitaba que estando con las chicas con quienes salía su recuerdo acudiera a mi mente y que teniendo sexo con esas chicas pensara que era a ella a quién estaba amando.

Como fuera, la noche en que comenzó la parte real y efectiva de la relación incestuosa entre mi madre (Carmen) y yo, varios años de provocaciones muy directas se desataron y no pude controlar lo que pasó, ni ella, aunque lo intentó.


Mi hermana había salido con amigas y mi padre estaba durmiendo después de regresar algo cansado de su trabajo. Luego de cenar él se retiró a su habitación y quedamos Carmen (desde aquella noche la llamo solo Carmen) y yo. Lavó los cubiertos y me dijo que pusiera el canal codificado de adultos para ver algo que valiera la pena. Yo lo hice, sumiso como siempre. Al rato ella vino a sentarse junto a mí. La película era muy explícita y trataba de una mujer infiel que mantenía relaciones con vecinos y amigos de su hijo. La actriz era muy bonita y realmente parecía disfrutar las escenas en que uno o más varones la montaban con singular rudeza. Tuve una erección, como es natural, y Carmen hizo algún comentario al respecto. Yo tuve algo de vergüenza pero esa noche era diferente a otras.

Yo tenía ya 17 años bien desarrollados y mi madre, de 35, era una mujer en la plenitud de su belleza, de baja estatura, pelo largo y negro muy suave y un cutis blanco, casi pálido. Sus carnes generosas y firmes eran una invitación para cualquier hombre normal, incluso para mí.

No pasó mucho rato y Carmen dijo que iría a dormir, pues la película le estaba inquietando demasiado, y que de algún modo despertaría a Papá para ver el modo de calmar esas inquietudes. Me besó en los labios y se alejó a su cuarto.

Yo la miré alejarse y quise decirle que se quedara, pero no pude hacerlo.

Unos minutos más tarde ella salió al pasillo vistiendo su camisón transparente. Al pasar frente a mí rumbo a la cocina, donde tomó un vaso de agua, pude ver que su única prenda debajo del camisón era un culote. Iba descalza y nunca yo la había visto tan hermosa y provocativa.

Cuando terminó la película fui a mi cuarto y me duché. No me masturbé, como solía hacerlo cada vez que mi madre me ofrecía esas escenas de provocación.

Algo distinto estaba formándose en mi cabeza, o quien sabe en qué lugar… Me recosté en la cama desnudo y ví en el espejo la erección total y absoluta de mi miembro y sentí que todo mi ser tendía hacia un solo lugar, hacia un solo propósito, hacia un objetivo que por fin, tras años de ser reprimido, conseguía apoderarse de mi voluntad. Me incorporé y así como estaba desnudo salí de mi pieza y crucé el pasillo acercándome a la habitación matrimonial. Oí los ronquidos de mi padre y sin pensar, con las piernas endurecidas de tensión y con las manos sudadas abrí la puerta de par en par.

En la cama, ella leía una revista recostada de espaldas a la puerta. Al notar la intromisión se volteó y me observó fijamente, claramente desorientada. En breve ya estuve yo al lado suyo y tomándola con fuerza de sus antebrazos la jalé fuera del lecho. Como ofreciera resistencia, una resistencia silenciosa, debo aclarar, pues ella evitaba hablar para no despertar a mi padre, tuve que sujetarla del talle y forcejear para literalmente llevarla hacia afuera de su reino, en el que siempre se refugiaba después de cada provocación.

¿Es necesario decir que esos forcejeos hacían que mi miembro a cada momento se fregara por el cuerpo de Carmen, mi madre, que por primera vez no estaba en posición dominante y, todo lo contrario, era llevada a los tirones y empujones hacia el pasillo?. ¿Es necesario aclarar que esos contactos eran un motor para mis pervertidas intenciones, y que Carmen lo comprendía pero nada podía hacer?.

Cuando pude sacarla al pasillo olvidé mi intención original de llevarla a mi cuarto y allí, una vez cerrada con llave la puerta, descargar sobre ella mi virilidad desatada. En vez de eso le arranqué la bata de dormir y de un tirón rompí su breve ropa interior, comenzando en la desnudez de ambos un intento por penetrarla allí mismo, junto a la puerta aún abierta, a escasos metros del lugar donde mi padre dormía.

Ya no había ninguna clase de pudor o remordimiento en mí y la defensa que ella oponía me provocaba aún más deseo. Caímos al suelo en medio de la lucha. Consiguió zafarse un instante y reingresar a su cuarto. Apenas pude evitar que cerrara la puerta y ambos continuamos porfiándonos dentro de su habitación. Como fuera que haya sido, en determinado momento de la refriega, mi verga llegó a colocarse en la entrada de su vagina y no desaproveché el momento, empujando mi cuerpo contra el de ella para conseguir la penetración.

Mi víctima suspiró con fuerza al ser invadida. Se sintió débil en ese momento y aflojó su cuerpo. Comenzó a sollozar y eso me excitó un poco más. Segundos más tarde yo salía del cuarto alzando vigorosamente el hermoso cuerpo de mi madre, profundamente clavada mi verga dentro de él. Nada pudo hacer sino llorar mientras yo la sacaba de ese modo al pasillo.

Apoyé su espalda contra la pared y procedí a cogerla con violencia. La solté al cabo de unos minutos y escapó, tal como yo quería que hiciera. Corrió a lo largo del pasillo y fui en su búsqueda. Ya no intentó entrar en su cuarto, pues sabía que eso terminaría por despertar a mi padre. La alcancé cerca del baño.

Otra vez luchamos y otra vez conseguí cogerla, en una posición lateral, ambos sobre la alfombra. Dejó de llorar y consiguió decir que Mariana estaría pronta a regresar y yo debía detenerme. Mientras la embestía con verdadero fervor le expliqué que no me importaba en lo más mínimo, que lo único que quería hacer era seguir cogiéndola…

Derrotada por fín, con voz entrecortada me exigió que al menos la llevara a mi pieza, para evitarle la vergüenza de ser descubiertos así por Mariana. Inmediatamente me puse de pié, excitado por la posibilidad de tenerla sobre mi cama. La incorporé de un tirón y me puse detrás de ella y así marchamos esos metros, ella y yó desnudos, sudados, yo refregando mi miembro contra sus carnes, como si fuera un perro…

En la pieza, a puertas cerradas, la cogí largamente, principalmente poniéndola en cuatro, siempre silencioso, pues lo que quería escuchar y me daba más morbo eran sus quejidos y suspiros.

Cuando supe que a pesar de toda su contrariedad ella sin embargo arribaba a un orgasmo, al sentir que también ella participaba de la enorme satisfacción carnal de estos actos prohibidos, y al tiempo que todo su cuerpo, el cuerpo de Carmen, mi madre, se convulsionaba en una terrible sacudida orgásmica, evacué dentro de su concha una inmensa cantidad de semen que había estado años esperando derramarse en su interior. Luego, casi inmediatamente, quedamos dormidos, como si nos hubiéramos vaciado de toda fuerza.

A la mañana siguiente… Bien, esa es otra historia.

Anónimo

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