El viernes por la tarde a eso de las 7 horas estaba en la estación terminal de trenes de Retiro. Esperaba el tren para ir a la casa en el country que tienen mi amiga Mercedes y su marido, quienes me habían invitado a pasar el fin de semana con ellos. Mercedes me estaría esperando a la hora convenida en la estación de Bella Vista para llevarme en auto a su casa. La terminal era a esa hora un mundo de gente que regresaba en su mayor parte del trabajo a sus casas.
Cuando llegó el tren inmediatamente se ocuparon los asientos. Pensé en esperar el siguiente pero sabiendo que Mercedes me estaría esperando y que, además con el próximo pasaría igual, decidí subirme. Al arrancar el tren estaba casi completo, todos sus asientos ocupados y una gran cantidad de pasajeros parados, pero al llegar a la segunda parada ya se había llenado, hasta había gente que viajaba colgada del tren.
Yo quedé apretada contra el respaldo de un asiento, tomada del pasamanos con una mano y con la otra aferraba la cartera y el bolso de mano para evitar cualquier sorpresa desagradable.
Sentí en un momento que alguien que estaba detrás de mí se apoyaba fuertemente contra mi, pero no le di mayor importancia, primero porque era casi lógico que estando todos tan apretados como sardina en lata alguien hubiese quedado “casualmente” detrás de mí y fuera apretado a su vez por otro y además, porque si bien no viajo usualmente en tren, si lo hago en colectivo y subterráneo y es de lo más común que a alguien se le escape una mano que termina en mi cola o como al pasar me manosea. Aprendí que no conviene protestar porque una termina siendo el centro de las miradas y el tipo se hace el desentendido haciéndome quedar como una loca.
Todo iba bien hasta que el tipo empezó a frotarse contra mi con fuerza, entonces empujé yo también con fuerza hacia atrás a ver si se daba cuenta que me estaba molestando, pero lejos de amilanarse, me tomó con ambas manos por la cintura pasándolas por debajo de mi campera. Una me apretó y la otra tenía algo punzante. Me quedé paralizada por la sorpresa que aprovechó para acercar su boca al oído y susurrarme una advertencia: te corto, si abrís la boca o te movés te corto, no te des vuelta y quedate quietita. Eso hice, estaba aterrorizada. Alcancé a mirar adelante y a ambos lados y solo vi pasajeros que dormían, otros que leían el diario o revistas y otros que conversaban entre sí, pero ninguno que hubiese siquiera advertido lo que pasaba. Mientras yo cavilaba qué convenía hacer, manteniendo el objeto punzante que debía ser un cuchillo o una navaja contra mi vientre, metió su otra mano por debajo de la camiseta y comenzó a tocarme los pechos. Aprovechando que no llevo sostén, los masajeaba y pellizcaba los pezones hasta que se endurecieron.
Eso duró un rato mientras yo rogaba que el vagón se vaciara o al menos que un asiento próximo se desocupara que se produjera algún movimiento, pero a cada instante parecía que más y más gente subía al tren. Su mano dejó mis pechos y bajó por mi vientre hasta que se encontró con el botón del jean, lo desabrochó y bajó la cremallera, desdendiendo por debajo de la tanguita hasta llegar a la conchita.
Otra vez su voz ronca en mi oído: abrí suavemente las piernas putita o te corto. Así lo hice y comenzó a frotarla fuertemente primero, luego abrió mis labios y acarició suavemente el clítoris. No me pude contener, inmediatamente empecé a mojarme, poco al principio, pero enseguida chorreaba jugos. Me excito fácilmente al contacto y en una situación como esa no pude contenerme, solo trataba de evitar moverme para no llamar la atención y mucho menos gemir o gritar que lo hago normalmente.
Su voz ronca me alentaba: bien putita lo estás haciendo muy bien, veo que te gusta. Yo trataba de decirle que no, que era miedo, que me dejara, pero a su vez me debatía en un dilema. La situación me excitaba y empezaba a disfrutar del viaje, sobre todo ahora que había comenzado a meterme sus dedos en la concha sin dejar de apoyar su miembro que se notaba totalmente tieso.
En eso estaba cuando quitó arma de mi vientre y dejó de meter sus dedos y me dijo en voz apenas audible: abrí más las piernas. Lo hice y sentí correr un aire en mi cola. No sabía que había sido hasta que pocos instantes después sentí su miembro en mi cola. Había cortado la tela del jean y de la bombachita con su navaja o cuchillo, había sacado su miembro del pantalón y me lo estaba introduciendo descaradamente.
No sabía que hacer, estaba de lo más caliente, deseaba tenerlo adentro mío, pero era una locura y a la vez de lo más excitante. Yo transpiraba peso al frío y hasta pensé en quitarme la ropa y entregarme.
Ayudándose con la mano para abrir mis labios, me metió su miembro tieso en la concha y empezó a bombear al principio suavemente mientras yo solo pensaba en sostenerme porque me flaqueaban las piernas y en controlarme quedándome quieta y evitar cualquier grito o gemido.
Bombeó durante un rato logrando que me corriera. Solté el pasamanos y me mordí la mano para no gritar de placer. Cuando lo notó y antes de acabar, la sacó y me la enterró por el culo que ya estaba igualmente mojado.
Ahogué como pude el grito de dolor. Una vez que colocó la cabeza en la puerta de mi orificio fueron pocas embestidas nada más, pero suficientes. Una para introducirme la mitad de su miembro, otra para llegar hasta el fondo y dos o tres más hasta que descargó toda su leche caliente en mis entrañas. Volví a correrme.
Estuvo un rato más con su miembro adentro de mi culo que ya se estaba acostumbrando a su presencia. Cuando lo sacó brúscamente, era tanta la leche que me había descargado que corría por mis muslos. Suerte que llevaba aún el jean puesto.
Su último mensaje fue: bien putita, espero que lo hayas disfrutado, vas a contar hasta diez antes de darte vuelta, si no lo hacés te corto ¿entendiste?.
Asentí con un gesto de la cabeza y obediente conté hasta diez. Cuando giré la cabeza ya no estaba, o no se, podía ser cualquiera de los hombres que allí estaban.
Mi preocupación fue como disimular el tajo en el jean. Me puse el bolso tapando la cola, era ridículo pero por lo menos evitaba que se viera mi cola al aire libre. Por fortuna se desocupó pronto un asiento y me pude sentar hasta llegar a Bella Vista. Para bajar volví a taparme con el bolso. Cuando el tren arribó a la estación estaba mi amiga esperándome. La vi pero me hice la distraída, fui hasta el baño de damas a cambiarme el jean por otro sano. Cuando salí le di como excusa que no la había visto y que necesitaba ir a l baño porque me orinaba.
Me daba cosa contarle en ese momento, todavía estaba conmovida. Recién a la noche pude contárselo. Mercedes que me conoce desde hace mucho sabe que me pasan estas cosas. Se reía como loca y me pedía detalles. Según ella soy yo la que provoca estas situaciones y dice que no es casual que me ocurran. La verdad es que algo de razón debe tener porque no es la primera vez que me pasa algo semejante.
Por Viviana
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