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viernes, 4 de junio de 2021

Castigos


Cuando yo tenía ocho años mi padre abandonó a mi madre dejándola con cuatro hijos; Dos chicos y dos niñas.

La situación obligó a mi madre a dividir la familia, y aceptó la oferta de unos parientes que vivían bastante lejos y ellos tomaron la responsabilidad de criar a mis dos hermanos varones...

Quedamos pues con mi madre mi hermana mayor y yo...

Maria, mi hermana, a los catorce años ya empezó a trabajar en un taller de costura, yo tenía entonces nueve. Mas tarde dejó el colegio porque mi madre enfermó y, a partir de ahí, sólo durante algunos periodos, gozó de suficiente salud para trabajar...

Aun con todo, entre ella y Maria, pudieron darme, durante mi infancia, todo aquello que necesité, y no recuerdo haber echado de menos a un padre...

Pero mi madre fue una mujer amargada, alguien sin suerte que se obsesionó, en todo el sentido que esta palabra tiene, por que sus hijas fuesen un modelo de perfección, porque, como ella decía; con las cartas tan malas que nos había dado la vida, la única posibilidad de salir adelante estaba en nuestra calidad humana y en nuestra educación...


Tal vez por eso, o tal vez porque ella se veía muy sola en la tarea de educarnos, fue que desde siempre recurrió a los castigos físicos...

Nos solía colocar sobre sus piernas o arrodilladas sobre una silla, entonces nos golpeaba las nalgas con la mano o con una zapatilla...

Para ello antes teníamos que quitarnos la ropa de cintura para abajo, a veces los zapatos también.

Después de los azotes, y dependiendo de la gravedad de la falta, nos obligaba a permanecer así durante un buen rato, contra la pared...

Así, pasando toda aquella dosis de vergüenza, le prometíamos a ella y a nosotras mismas, que aquello no volvería a suceder jamás.

En realidad, estoy pluralizando...

Por razones de edad, sólo en dos o tres ocasiones fui testigo de un castigo de mi hermana...

El hecho de que ella, desde tan pronto aportase la mitad del dinero de la casa la eximió de azotes desde muy pronto...

Yo al contrario, los sufrí en muchas ocasiones. No recuerdo resentimiento por ello, es más, me sentía francamente culpable por defraudar a quien tanto hacía por mí...

Un día, a mis once años, sucedió algo que cambiaría con el tiempo toda mi vida...

No puedo acordarme de qué cosa mala había hecho... Era un niña bastante responsable aunque, en ocasiones, tenía auténticos descalabros con los estudios. Tal vez fuese por eso la cosa... No sé...

Pero me recuerdo como si me viera ahora, en el centro de la cocina, descalza sobre las baldosas irregulares y notando el calor de una estufa de butano cerca de mi trasero desnudo...

Mi madre estaba ya sentada, en su silla de siempre, tenía grandes ojeras, pues su enfermedad durante aquellos días se había acentuado...

Entonces llamó a mi hermana...

A mí no me gustó la idea de ser castigada delante de ella, pero realmente no sabía para qué es que nuestra madre la requería en la cocina... Estoy segura que me ruboricé cuando Maria traspasó la puerta.

Sin embargo, lo que las dos íbamos a oír a continuación, aunque a cada una en distinta forma, nos alteró por completo...

- Estoy fatal... Cansadísima... - Dijo- - Y me duele una barbaridad la espalda, así que, María, como a tu hermana pequeña hay que recordarle ahora mismo cuales son las reglas de esta casa, esas que ella se salta cuando le da la gana, - Dijo mirándome a mi-; Hoy vas a ser tu la responsable de castigarla...

Hubo un silencio horroroso... Yo no dije absolutamente nada, pero por dentro estallé en un llanto sin igual...

María se puso nerviosisima...

Intentó eludir aquello con varias frases, pero mi madre, que estaba en uno de sus días peores, no le siguió la discusión, señal muy evidente para nosotras, de que su decisión era ya inapelable...

Por todo ello, un par de minutos después estaba yo sobre las rodillas de mi hermana, y era su mano la que, tan aterrorizada como yo, notaba caer sobre mi trasero una y otra vez...

Fue, desde luego, un castigo muy leve... ella tenía miedo, o no sé... me golpeó con la mínima fuerza posible y mi madre, aunque se debió dar perfecta cuenta, no dijo nada...

Sin embargo y a pesar de qué el dolor físico fue casi imperceptible, el otro dolor, el moral, me había derrumbado por completo... Yo jamás me había sentido humillada mientras recibía los castigos de mi madre sino que, como ya he dicho, los veía la consecuencia lógica de mis errores, aunque a veces fueran involuntarios...

Esta vez había sido muy distinto...

De noche, mientras cenamos, fui incapaz de mirar a la cara de María y muchísimo menos hablarle...

Fue siempre así desde aquél día...

Hasta llegó un momento, estando muy enferma mi madre, en el que María me aplicaba los castigos por su cuenta y sólo después le comunicaba el hecho, recibiendo siempre la aprobación con carácter retroactivo...

La precariedad económica, el cansancio y la propia depresión de ellas, hicieron que la vida se hiciese extraordinariamente rígida para mí en el periodo de mi pre-adolescencia...

Entonces, en una de estas ocasiones de castigo, me percaté de algo...

¿A María, de alguna manera, le agradaba hacerlo?...

Nunca me lo había planteado porque, sinceramente, las quería con locura y no dudo que este amor fuese recíproco en grado sumo.

Pero la duda me llegó de golpe...

Y de golpe se me confirmó que, a ella, azotarme le resultaba, si no placentero, sí al menos eficaz para desahogar sus propios dolores por la vida...

Me di cuenta una tarde en la que mis mejores amigas me propusieron saltarnos las clases para ir a disfrutar al parque de la preciosa mañana de Abril... Al mismo tiempo, mi madre tenía una crisis y María se veía obligada a mandarme a buscar al colegio para ir a buscar cierto medicamento a la farmacia...

Como yo no estaba allí, tuvo que recurrir a la amistad de una de las vecinas...

Lo de mamá fue sólo un susto, pero cuando llegué por la tarde a casa enseguida adiviné la tragedia... Nuestra madre estaba acostada, dormida y mucho mejor que unas horas atrás... En el cuarto de estar estaban María y dos de sus amigas, una de ellas era la que había ido corriendo a la farmacia...

Me disculpé, pero mi hermana estaba furiosa...

- Me vas a pagar lo nervios que he pasado por tu culpa. -Me dijo-

Yo ya estaba segura de en lo que aquello se iba a traducir, pero di por sentado que sucedería después, más tarde.... Pero Maria me ordenó...

- Vete a la cocina, que ahora voy yo...

La cocina era la habitación contigua y ni siquiera había una puerta separándola sino sólo una cortina de loneta.

Protesté, pero ello la enfureció más todavía, así que consideré lo más inteligente pasar a la cocina, aguardarla, e intentar convencerla alli...

- Me tenéis que disculpar cinco minutos... -Pude oír que le dijo a sus amigas-

Y cuando la tuve frente a frente y me vio vestida todavía me preguntó...

- ¿Qué esperas?...

- Espera que se marchen... Por favor¡¡ -Le dije-...

- Ni hablar¡... -Contestó- ... -Después quiero tomarme un té tranquila con ellas, que me lo he ganado... Y cuando acabe contigo te vas a la cama, y a callar...

Yo tenía ya casi doce años y sentí una vergüenza sin igual mientras me quitaba los vaqueros y las bragas ante la figura impaciente de mi hermana, sabiendo además que, ahí mismo, atrás de la cortina, estaban sus amigas a quienes el castigo, aunque no lo contemplasen, no les iba a pasar inadvertido...

Además me pegó con la zapatilla y el sonido inequívoco de la suela sobre mi piel inundó la cocina, llegando sin duda hasta el cuarto de estar...

Nunca lloraba, pero esta vez, ignoro si por el dolor tremendo o si por la humillación, sí lo hice, por lo que mi llanto entrecortado se sumó al ruido de los azotes...

Después me mandó a mi cuarto...

Tenía de atravesar la sala y, sin que yo entendiese porqué, me prohibió volverme a poner los pantalones.

Me sentía acobardada y culpable en grado máximo, por eso, sin protestar más, le hice caso, así que, sin los zapatos y apenas cubierta con la blusa, me vi obligada a pasar por delante del sofá donde estaban sentadas sus amigas.

Recuerdo muy bien que pasé casi rozando las puntas de sus zapatos, estaban de moda con mucho tacón, eran además chicas muy guapas, de estas que siempre se arreglan muchísimo hasta para salir a la tienda de la esquina, por lo que yo, que quería ser como ellas, me sentí todavía más humillada viéndome así...

No las miré, esos apenas cinco metros me parecieron cien... Caminé deprisa, descalza sobre el suelo frío, estirando por atrás la blusa para que no dejase asomar por abajo mi culo recién zurrado.

Y esa noche, al meterme en la cama, agobiada por la vergüenza vivida, recapacité y deduje que era evidente mi hermana había experimentado algún tipo perverso de placer al someterme de aquella manera.

 

Maria se casó con apenas 19 años...

A decir verdad, todos los esfuerzos de mamá por educarnos para que evitásemos cometer los errores que quizá ella misma había cometido, no tuvieron ningún fruto...

Mi hermana se tuvo que casar embarazada, de un chico al que apenas conocía, un novio con el que apenas llevaba saliendo un año y al que prácticamente había dejado de querer para entonces.

Pero las condiciones sociales de la época convirtieron aquél matrimonio, hecho de prisa y corriendo, en un mal necesario...

Me quedé viviendo sola con mi madre, la cual se había restablecido bastante y podía trabajar y llevar una pequeña parte de la casa porque, por entonces, yo era ya una mujer prácticamente hecha y me había responsabilizado de la compra, la comida, etc...

Todo esto hizo que mamá jamás volviese a castigarme como lo hacía...

Pero al tiempo volvió a recaer y esta fue la vez definitiva...

Cuando murió yo tenía 16 años...

Mi hermana, que ya llevaba tres años casada y estaba embarazada por segunda vez, no dudó en llevarme a su casa, a pesar de que ya con su marido las cosas estaban bastante mal...

Además, como vendimos el piso de mi madre, y mi cuñado, en el fondo, tenía un buen trabajo, durante un tiempo dispusimos de bastante dinero, por lo cual, Maria ya no trabajaba y yo sólo me dedicaba a estudiar ya que las tareas de la casa sólo las llevaba ella...

Esta comodidad, nueva para mí, tuvo su otra cara de la moneda...

De golpe, volví a ser una niña.

Volví a tener rigidez de horarios y de nuevo alguien sobre mí que me vigilaba y exigía aplicación en los estudios. Había empezado a estudiar administrativo y no siempre me salían bien las cosas al respecto.

Me sentí bastante atada y algo así como muy vendida puesto que, en más de una ocasión, mi cuñado me echó en cara todo lo que por entonces estaba recibiendo.

Mi hermana tenía pánico a quedarse sola con su hijo, a que su marido la abandonase, entonces con un hijo en camino...

Tenía miedo de acabar como mamá.

Por eso mimaba tanto a su esposo, un hombre que distaba mucho de merecerse cualquier atención.

Apenas recuerdo qué fue lo que disparó mi tragedia, levemente creo recordar una noche en la que llegué muy tarde de una fiesta por las afueras...

María vivía agobiada por la presión que tenía de continuo con su esposo, tal vez fue eso.

Yo sabía que llegaba tarde, así que cuando entré le pedí disculpas sin más y me dirigí hacia mi cuarto...

Pero ella me siguió...

Me dijo que habían discutido por mi culpa, que la había preocupado mucho y que a pesar de estar muy cansada me había estado esperando despierta hasta aquellas horas...

Me echó en cara los resultados de los últimos exámenes y me habló algo de lo descuidada que estaba mi habitación...

- Creo que va a ser bueno para las dos que te castigue como antes... -Terminó diciendo-

Yo le dije que estaba loca...

Que había pasado mucho tiempo y que ahora ya las dos éramos mujeres, que no esperase ni en broma que me dejase pegar...

Y que ( Dios mio¡, porqué lo dije¡ ) lo que le pasaba en realidad es que estaba amargada por la marcha de su matrimonio...

Hoy me doy cuenta de mi inmadurez y de mi poco tacto.

Lo último que ella deseaba oír...

Dio dos pasos hacia mí y me pegó una fuerte bofetada...

Me quedé con mi mano acariciando la mejilla dolorida y los ojos llenos de lágrimas...

María salió del cuarto y al minuto volvió con una zapatilla de su marido en la mano...

Volví a insistir en que no, pero no se porqué, mi postura perdía fuerza por momentos...

- No quiero recordarte - Dijo - que estás en mi casa...

- Pero tengo 16 años¡¡... - Grité- ...

- Pues me da igual... Te has comportado como si no los tuvieras...

Pasamos casi un minuto mirándonos a los ojos... los míos seguían lloriqueando, los de ella estaban fríos... Convencidos...

- Si no te convence la casa, sabes qué es lo que puedes hacer... – Añadió, aunque ahora ya sin mirarme a la cara - ... –Y añadió- - En casa de los jefes de Blas, ( Su marido ) necesitan una chica que les haga las faenas y que se quede a dormir allí...

Tenía en las manos la zapatilla y la doblaba todo lo que daba de sí la goma, y había vuelto a mirarme con aquellos ojos que me acobardaban...

Por todo ello, me senté en la cama y me puse a desatarme los cordones de los zapatos...

Pero me detuve, dudaba mucho... ¿Debía permitir aquello ahora que era ya una mujer?...

- Venga¡... –Maria corto mis pensamientos- ... Te quitas los zapatos, las medias, los pantalones y las bragas...

- Maria por Dios¡¡...

- Ya me has oído...

Volví a sentarme en la orilla de la cama, esta vez de golpe, desesperada... Me estaban regresando mil y pico fantasmas que ya creía que se habían marchado para siempre...

Cuando estuve lista, ella se sentó en una banqueta y me hizo un gesto para que me echase sobre sus rodillas...

Me azotó así, no grité, pero lloré mucho... muchísimo...

Cuando salió de la habitación caí de rodillas al suelo derrumbada...

- Deduzco que esta vez si será la ultima vez y que esto te habrá servido para aprender. - Fue lo último que me dijo -.

Me acosté tal y como estaba. No salí del cuarto ni para lavarme los dientes... Sentía una vergüenza espantosa si me paraba a pensar que quizá, mi cuñado, había oído de alguna manera los azotes... También era posible que mi propia hermana le contase lo sucedido... Y podía cruzarme con él por el pasillo...

Pero jamás hubo comentarios por su parte...

Maria se equivoco y aquel no fue el único castigo...

Durante los tres años que viví allí, mi hermana me castigó unas cuantas veces...

Estaba en la edad de salir mucho, de desear estar siempre en la calle, de gastar mucho teléfono, de contestar y protestar por todo...

Y cada una de estas conductas mías siempre acababan conmigo arrodillada y medio desnuda...

En una ocasión, accidentalmente, entró en la habitación mi sobrinito. Tenía cinco años y recuerdo la mirada de asombro del niño al ver a su tía berreando mientras su madre la azotaba. Ahora que es mayor, jamás ha mencionado ese recuerdo que estoy segura que no se le borró...

En otra ocasión fue peor...

Bien porque, al verme ya una mujer, mi humillación se multiplicaba, o porque Maria ahora me golpeaba con más fuerza, cada vez me resultaba más difícil evitar los gritos...

Uno días en el que mi hermana estaba más furiosa que nunca y mi llanto era realmente desesperado, de pronto se abrió la puerta y, ante mi terror, apareció la figura de mi cuñado...

Ella me tenía como siempre, con el trasero desnudo y boca abajo. Entró muy molesto y se dirigió a su mujer...

- Se están enterando los vecinos, se la oye gritar desde la escalera.. -Sólo dijo eso-...

Ella no le contestó y no hizo nada en absoluto por cubrirme...

Esa noche, sintiéndome vejada y humillada al máximo, tomé la decisión de irme de allí aún a costa de trabajar en lo más bajo. Lo que fuese...

Pero no lo hice...

El matrimonio no tardó mucho más en venirse abajo.

María se quedó sola y su situación económica era desesperante...

Volvió a trabajar... A mí sólo me quedaba un año de administrativo y confiábamos que después encontraría trabajo así que alquiló un piso para nosotros cuatro, muy pequeño.

Así que, por descontado, el tema de los castigos quedó olvidado por completo... Ahora éramos dos mujeres que vivían solas y que se necesitaban...

Maria encontró un trabajo bastante bueno, el inconveniente es que le ocupaba prácticamente todo el día y, como tener al los niños mañana y tarde en la guardería, a las dos nos parecía excesivo, optamos porque yo mejor me buscase un trabajo a media jornada y me ocupase de mis sobrinos el resto del tiempo.

Mi hermana, por su parte, llegaba a casa bastante tarde y agotada...

Así pasaron casi dos años, muy duros para ella.

Para mí, sin embargo, fueron relativamente cómodos ya que, mi trabajo, consistía en ocuparme de una tienda en la que sólo muy de vez en cuando entraba un cliente, dejándome así mucho tiempo para leer, estudiar y aburrirme...

Ya tenía casi 22 años y ningún novio a la vista...

Creo que soy bastante atractiva al igual que Maria lo es, aún así no tenía demasiado interés por el sexo...

Me gustaban los hombres, deseaba estar con ellos y su compañía, sus atenciones, sus palabras... Pero tan apenas pensaba en algo físico...

Lo extraño es que, contradictoriamente, solía masturbarme, y las fantasías con las que llegaba a excitarme no me siento capaz todavía de descubrirlas... Había un muchísimo de vergüenza en ellas y por descontado, un sentimiento horroroso de culpabilidad...

Maria tampoco salía con hombres, en un lenguaje vulgar, diríamos que estaba muy quemada.

Un mal día la despidieron de su trabajo...

Desesperada, aceptó cuidar una anciana, bastante enferma, a cambio de muy poco dinero...

Más o menos por esas fechas fue cuando yo me enamoré...

Fue una historia brevísima en la que un chico que traía mercancía a la tienda acabó por seducirme... He de decir que era un ser maravillosos y que durante unas semanas me hizo la mujer más feliz del mundo a pesar que en ese mismo periodo yo disté mucho de hacerlo igual de dichoso a él...

Me gustaban sus besos y algunas de sus caricias, pero no podía pasar de allí... Me bloqueaba algo aunque no sabía decir qué era, él me deseó muchísimo y me dijo que presentía el enorme bien que me haría a mí consumar una relación ya que todavía era virgen...

En el fondo a mí, este detalle, me importaba poquísimo... Pero, claro, me sentía muy sola...

Mi romance con Jaime (Se llamaba así) no sólo me rompió el corazón sino que me costó el empleo...

Y sucedió en el peor momento...

Maria ya me había avisado de que, si la dueña de la tienda se enteraba de que yo la pasaba con Jaime en mis horas de trabajo, no le haría ninguna gracia...

Siempre ingenua o siempre irresponsable, la creí exagerada, pero me equivoqué.

El día en que entré a la cocina y le conté a mi hermana que había perdido mi empleo la vi enfurecerse en segundos... después me abofeteó dos veces...

Me dolieron muchísimo, sin embargo no pude evitar mirarla después con cariño...

Estaba desesperada, con los ojos arrasados -tenía unos preciosos ojos negros- Las mejillas encarnadas de su propia ira... el pelo negro alborotado... Me sorprendí a mí misma admirando la belleza de aquella mujer que un momento antes me había causado dolor físico...

Me dijo que ahora tendría que ayudarla en su trabajo cuidando a la anciana...

Fue horrible...

Casi puedo notar todavía en mi piel el olor espantoso de aquella casa descuidada, de aquella pobre mujer enferma y de aspecto deplorable... A pesar de la aprensión conseguí poner mi grano de arena en aquella etapa tan dura de las dos.

Ahora bien; yo misma reconozco que soy variable...

Y lo soy mucho...

No sé porqué entré en una etapa de descuido. Hacía poco en nuestra casa... la comida dejaba que fuese Maria quien tomase la iniciativa de prepararla. Lo mismo pasaba con la limpieza.

Ella no me decía nada a pesar de que todo esto la molestaba.

Yo sentía que ya hacía mucho supliéndola en sus labores con la vieja y me justificaba con eso.

Una mañana en que me tocaba a mí ir a cuidarla me quedé dormida.

La hija de la anciana llamó a Maria, exageradamente furiosa, estuvo a punto de costarnos también aquél trabajo...

Ese día, a mis 22 años, mi hermana volvió a castigarme...

Yo no opuse resistencia porque, con toda la sinceridad del mundo, me sentía terriblemente irresponsable y egoísta...

Ella lloró tanto, se desesperó tanto que, cuando me volví a ver, después de tanto tiempo, desnuda de medio cuerpo y a su merced, lo consideré justo.

Por eso, una vez que dio por terminado el castigo, en lugar de levantarme corriendo y encerrarme en el baño a llora, como antes hacía, me quedé arrodillada frente a ella y le pedí perdón...

Lloré arrepentidísima sobre las mismas rodillas en las que hace un momento era golpeada.

Maria se sintió abrumada, supongo, por lo que se levantó rápidamente y salió de la habitación.

Pero ya he hablado de mi variabilidad.

El disgusto me duró poco...

Una mañana salió por una entrevista de trabajo. Se arregló muchísimo, se puso un traje de chaqueta que fue de mamá y que con mucho esfuerzo se rehizo para ella... Medias y zapatos de tacón ( Que casi nunca llevaba )... Se rizó la melena...

Estaba encantadora... Le deseé suerte...

Me quedé a cargo de la casa y de los niños, de hacer la comida y de ir a buscarlos al colegio...

A media mañana empezó un programa en TV que me interesó; me distraje...

Se me vino encima la hora de ir a la escuela, me fié de los autobuses y apuré el programa hasta el último minuto.

Cuando llegué a la puerta del colegio era tardísimo y no estaban ninguno de mis dos sobrinos.

Volví asustada a casa, supuse que estarían en casa de algún compañero cuya madre los hubiese hallado solos en la puerta.

Desde casa –pensé- llamaría a las más probables.

Pero cuando metí la llave en la puerta me percaté de que María ya había regresado y estaba hablando por teléfono...

Los niños estaban en un sitio de mucha confianza... acababan de llamar.

Mi hermana me miró de arriba abajo con una mezcla de odio y de desprecio.

También de dolor, ya que la habían rechazado en la primera selección.

Además la casa y la cocina estaban hechas un asco, la comida, por supuesto, sin hacer...

- ¿Cómo puedes ser tan estúpida?... – Me dijo gritándome- ... -De esta te vas a acordar, egoísta de mierda... - Añadió sin mirarme -

- Maria; Ya sé que no tengo excusa... - Empecé a decir -

No me dejó seguir con una sonora bofetada...

- Quítate la ropa, vamos...

- Lo siento Mary... Ahora mismo hago la comida...

Pero me cogió por un brazo y me llevó violentamente hacia el dormitorio, me empujó sobre la cama y forcejeó conmigo para desabrocharme los pantalones...

Yo lloraba espantada y le suplicaba que me perdonase.

- Desnúdate de una puta vez o te daré con una correa... - Me amenazó -

Terminé por obedecerle; Es más, me quedé desnuda por completo ya que llevaba puesta un blusa enormemente amplia y me mandó también quitármela...

Me azotó más que nunca, estábamos las dos de pie y ella continuaba sujetándome por el brazo...

Paraba a ratos y tiraba de mi hacia arriba porque yo intentaba tirarme en el suelo, después volvía a empezar...

Le rogué mucho... horrores...

A gritos me insulte a mi misma, me llame imbecil e inmadura... Pero los zapatillazos sobre mis caderas y mis nalgas no cesaban. Tanto lloré y vociferé que al final ya no me salía ningún sonido de la garganta.

Y sin saber cómo, en determinado momento, sentí claro por primera vez algo que jamás me había pasado por la mente por el mero hecho de que me hubiese parecido absurdo...

Pero absurdo a no, allí estaba;

Y es que, verme así me estaba empezando a resultar agradable... Hasta el extremo de que casi estaba excitada...

Estas eran las fantasías que antes no quise revelar al lector.

Mi hermana Maria; Humillándome.

Dejó de pegarme por fin, y caí a sus pies... No se había quitado la ropa con la que había ido a la entrevista y seguía estando increíblemente guapa...

Yo estaba sudando... Desmadejada... vencida...

Estaba desnuda junto a sus zapatos, sus altos tacones negros que tan bien sabía llevar...

Sin darme bien cuenta de lo que estaba haciendo, me arrodillé frente a ellos y pose mis labios sobre el empeine...

Ella tardó unos segundos, pero se apartó de golpe.

- ¿Estas loca?... - Me dijo con ojos de espanto - ...

Yo había dado un paso sin retorno, así que sin levantarme del suelo me abracé a sus piernas cubiertas por las medias negras y ahora lo bese fue el nylon tenso bajo el cual palpé la dureza de sus piernas bien formadas...

- ¡¡ Ademas eres una pervertida ¡¡... - Me gritó - ...

- ¿No te gusta?... – Dije con descaro -

No me contestó, pero tampoco se apartó...

Seguí lamiendo sus piernas, después pase a sus manos, ahora sí que estaba segura de que me excitaba cada vez más.

Y Maria suspiró...

Muy profundamente y no fue un suspiro de tristeza ni dolor, sino todo lo contrario...

De repente se levantó... Con mucha brusquedad me cogió por un brazo... Ella era más alta y mas fuerte que yo, así que fui por el pasillo casi que en volandas...

Entramos a la cocina y me empujó contra el fregadero lleno de cacharros sin fregar.

- Empieza... - Fue su única palabra -

Y se quedó allí, apoyada en la puerta de la cocina, viéndome como fregaba desnuda los platos...

Después de esto barrí, limpié los baños... hasta hice la comida.

Y disfruté con todo.

Me sentí viva, muy mujer, excitada al máximo.

Mas tarde me dejo vestirme, ya que los niños estaban a punto de llegar, pero sólo con una bata, muy fea, por cierto, sin nada por debajo. Ella siguió todo el día con el impecable traje de chaqueta.

Desde entonces, cuando mis sobrinos no están en casa, hacemos lo mismo o cosas parecidas...

Y realmente la adoro...

Me encanta estar desnuda a sus pies, que me dé órdenes...

Es desesperadamente excitante estar las dos junto con amigas, con vecinos, con los niños incluso, y saber que una hora antes o una después volveré a ser su esclava más sumisa...

Yo jamás me he vuelto a poner medias, ni falda ni tacones...

Sólo ella los lleva, porque merece llevarlos, mi único derecho es después, cuando Maria me lo permite, a solas en mi cuarto, masturbarme recordando cómo sus femeninas y dulces manos me sujetan contra sus rodillas mientras mi trasero recibe los siempre merecidos azotes...

Por Francois

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