Me llamo Nuria y desde hace unas semanas estoy siendo chantajeada por mi hermano pequeño.
Tengo veintidós años, una chica castaña, que mide un metro setenta, delgada, con un tipo que los chicos dicen que estoy bastante bien. Estudio cuarto curso de historia. Los de Historia somos los típicos estudiantes de la Pública. Soy un poco de izquierdas y me gusta vestir pantalones vaqueros, si son gastados mejor.
Mi hermano, en cambio, está empezando a estudiar ahora económicas. A menudo hemos discutido acaloradamente. Yo, como soy mayor, siempre encuentro argumentos, aunque el siempre acaba diciendo que estoy en las nubes. A pesar de todo, nos llevamos bien.
Somos muy distintos. Mi hermano, aunque acaba de pegar el estirón, está mucho más delgado y su aspecto es aún bastante pueril. Ricardo, mi hermano es moreno. Yo ya he pasado por esa etapa. Soy sin duda una mujer joven, de pechos desarrollados, de caderas anchas, de cintura estrecha, de muslos y brazos carnosos y de muñecas y tobillos delgados. Casi no me hace falta hacerme la cera y mi pelo es suave, sedoso. Tengo un pelo lacia y largo en la cabeza, los ojos marrones, la boca de labios sensuales.
Los estudiantes no tenemos mucho dinero y en ocasiones nos cuesta encontrar un trabajito para mantener nuestros pequeños gastos. A mi no me llegaba la asignación que mi padre me daba. Por eso, sisaba en el monedero de mi madre, unas veces más, otras menos, unas moneditas para juntar para el fin de semana. Mi madre se quejaba. Yo le echaba la culpa a Ricardo cuando no me escuchaba.
Pronto, me di cuenta que más que mi madre, era de mi padre del que podría obtener un sobre sueldo y comencé a sisar de su cartera pequeños billetes. El caso es que mi padre se dio cuenta y aunque en esta ocasión no fui yo quien le echó la culpa a Ricardo, mi padre se hizo eco de lo que mi madre le decía.
Ricardo se tragó una bronca de escándalo. El negaba que fuera el autor de los robos, pero mi padre estaba convencido y le gritaba. Se apropió de su hucha, con el ahorro de meses y le castigó sin salir un mes y sin asignación durante tres meses. Me dio lástima escuchar el veredicto mientras escuchaba la voz acalorada de mi padre desde una habitación contigua.
Cuando acabó el sermón, Ricardo, al pasar por delante de mí me miró con cara de rencor, de ira contenida, a pesar de que realmente le expresé que lo sentía.
Durante unas semanas estuve sin sisar, pero al poco, necesitaba dinero para una fiesta de universidad, así que comencé a sisar monedas del bolsillo de la chaqueta de mi padre. Yo me sentía culpable, pero no me podía perder la fiesta. Volví a entrar en el despachito de mi padre a la hora de la siesta y le cogí un pequeño billete de nuevo. Estaba más nerviosa que de costumbre y sentí un gran alivio cuando dejé el papel en mi propia cartera.
No me di cuenta de una cosa. Al otro lado de la habitación, encima de la librería, había una luz roja diminuta que anunciaba que la cámara de video de mi padre estaba funcionando.
Fue una fiesta sensacional, sobre todo, por que estando mis padres fuera, yo me pude recoger tardísimo. Ricardo ya dormía cuando llegué y me acosté tras beber un baso de leche.
A la mañana siguiente saludé a Ricardo, que ya se había levantado. -¿A que hora llegaste anoche?.- Me preguntó.
No me gusta que me controlen, y menos el mocoso de mi hermano. No le contesté, pero me senté a su lado frente a la tele. Tenía el video encendido, aunque estaba viendo una carrera de motos. Me fijé que me miraba los muslos que asomaban de mi camisón. Cerré las piernas instintivamente, pero es que acto seguro se puso a mirar fijamente mi torso, seguro que para ver si se transparentaba algo.
Quise desviar su atención.- ¿Qué estas viendo en el vídeo? ¿Una marranada?.-
-¿Una marranada? Estoy viendo la tele.- Me contestó
-¿Ah sí?.-
Cogí el mando y puse el canal del video. Reconocí el despacho de mi padre. No se si fue casualidad o una premeditación extraordinaria de mi hermano, pero ví en el vídeo como entraba yo misma en el despacho y registraba la chaqueta de mi padre buscando la cartera, cómo la abría y cogía el billete. Ricardo se inclinó al vídeo y sacó la película.
Se la intenté quitar. Fue un suave forcejeo. No me sentía con fuerza moral para luchar. Ricardo se fue a su cuarto. Estaba asustada. Después de quedarme pensando en el sofá de la sala, fui en su busca.
-¿Qué vas a hacer con el video?.-
Mi hermano deslizó su mirada sobre mí estudiando mis formas.- Eso depende de ti.-
-Te prometo que no lo voy a volver a hacer.-
-No es suficiente.-
-Te daré el dinero que Papá te quitó.-
- No es suficiente.-
- ¿Qué quieres? ¿Qué se lo diga a Papá? Es capaz de pegarme.-
Ricardo se quedó callado, no me miraba ni creo que mirara a nada cuando me soltó aquello.- ¡Quítate el camisón!.-
Me fui de la habitación, pues no estaba dispuesta a transigir de aquella manera con mi hermano. Pero luego pensé que al fin y al cabo, era mejor tragarse el orgullo y acceder a su chantaje, pues, la verdad, en un principio no pensé que fuera a ir más allá de verme en bragas.
Así que fui a su cuarto en bragas, con los pechos al aire. No era nada de particular. Yo he hecho top less, para disgusto de mis padres en mis vacaciones familiares en Estepona.
-¡vaya! ¡parece que comienzas a entrar en razón!.- Ricardo parecía notablemente satisfecho cuando me vio aparecer. Estaba sentado en su silla de estudio. La giró noventa grados para verme de frente. Hizo un gesto, golpeando su muslo con la mano para indicar que me acercara y me sentara. Yo veía de esta forma que al ceder a su chantaje, me estaba metiendo en un laberinto de pasiones. Pero a pesar de eso me acerqué.
Iba a poner mi trasero sobre su muslo, pero Ricardo, me abrazó y me llevó hacia él. Puso su mejilla sobre mi vientre mientras me acariciaba las nalgas. Luego me besó alrededor del ombligo. No sabía que hacer con mis manos, así que las dejé sobre su cabeza, jugando con su pelo.
-Ya te puedes sentar.-
me fui a sentar como el me había indicado al principio, sobre una pierna, pero me agarró de uno de mis muslos para que me sentara de manera que cada pierna cayera a un lado de su cintura. Mi hermano seguía con sus manos sobre mis nalgas, aunque ahora, más que acariciarlas, las amasaba. Coloqué mis brazos alrededor de su cuello. Intuí lo que quería porque notaba como miraba mi boca. Dudé entre apartar mi cara o acercarla a la suya. Opté por lo más cómodo y cerré los ojos hasta sentir las suaves almohadillas de sus labios chocar con las mías.
Ricardo se mostró impaciente en su primer beso. Su lengua atravesaron mis labios y se hicieron un hueco entre mis dientes. Se apoderó de mi boca y yo le dejaba hacer. Se la ofrecía como tributo a su silencio, a los sufrimientos causados por mi culpa.
Como ya os he dicho, tengo el pelo largo. Sentí deslizar una de las manos de Ricardo por mi espalda y de pronto, un tirón de mi cabellera que me hizo doblar el cuello hacia detrás, así que separamos nuestras bocas, aunque lentamente. La lengua de mi hermano se deslizó por mi barbilla y luego por mi cuello y mis clavículas hacia mis pechos dispuesta a repetir una práctica que seguro que no realizaba desde que era un bebé.
Coloqué mis brazos en las rodillas de Ricardo, detrás de mi cuerpo. Arqueé la espalda hacia delante y le ofrecí a Ricardo el calor y la suavidad de mis pechos. Mi hermano se distraía lamiendo de uno u otro caprichosamente.
Desabroché el botón y la bragueta del pantalón de mi hermano y metí la mano en sus calzoncillos. ¡Qué sensación más deliciosa la de su excitación! Su falo estaba al cien por cien. Tengo muy poca experiencia y por eso, el tocarle el pene a mi hermano me puso muy cachonda. Luego le cogí los huevos y estuve acariciándolos un rato.
Ricardo abrió sus piernas. Casi me caigo. No tardé en entender lo que me pedía. -¡Ponte de rodillas!.-
Le obedecí y me puse de rodillas entre sus piernas. Volví a meter la mano en sus calzoncillos y a manosearle los huevos. Entonces Ricardo pronunció las palabras fatídicas que sabías desde hacía unos instantes que terminaría pronunciando -¡Chúpalo!-
A mi me daba asco, pero comencé lamiendo un poco la cabecita. Aquella gotita que salía de la cabecita estaba dulce, era como de néctar. A Ricardo no le parecía esto suficiente. -¡Métetela en la boca!.-
Me la metí, pero la verdad es que no sabía que hacer con la lengua. Mi hermano se impacientaba.- ¡Vamos, Coño!.-
-Es que no se.-
-¡Ya te enseñaré!-
Ricardo me cogió de los pelos y separó mi boca de su sexo. Luego me atrajo hacia él, después de bajarse los calzoncillos - ¡Con la tetas! ¡Restriega tus tetas en mi polla!.-
Sus órdenes eran igual de explicitas que de hirientes. Comencé a moverme a un lado y otro, apoyando mis manos en sus muslos. Sentía la dureza de su pene en mi piel. No tardó mucho mi hermano en reventar y yo en sentir salpicar su lechecita caliente sobre mis senos.
Deseé sentirme dolida, humillada, aunque la verdad es que también deseaba ocultar mi excitación. Por eso me aparté sin más de mi hermano, haciendo como que estaba muy ofendida. Me fui a mi cuarto a por unas braguitas limpias y me metí en la ducha.
Mientras acariciaba mis pechos me acordaba de la boca de Ricardo lamiendo mis pezones y la manera en que me agarraba de las nalgas. Cada vez que derramaba el gel sobre la manopla me acordaba de la manera en que su semen había impregnado mis pechos. No suelo masturbarme, y no lo hice aquel día, aunque sí reconozco que para evitarlo tuve que ir sustituyendo el agua caliente por la fría.
Yo me hacía, como ya os he dicho la ofendida y mi hermano parecía muy orgulloso. Me miraba con cierto aire posesivo y descarado y yo ni lo miraba. Lo ignoraba. Le calenté la comida que mi madre había preparado para su ausencia y comimos sin decir apenas más palabras que "¿me pasas el pan?" o "Dame la sal".
Como ya os he comentado, me había acostado bastante tarde la noche anterior, así que decidí acostarme la siesta. Me gusta meterme dentro de la cama, así que generalmente, me quito la ropa de abajo, aunque me dejo la de arriba, eso sí, sin sujetador por que es muy incómodo.
A eso de las cinco de la tarde me desperté al oir crujir la puerta. Sabía que era Ricardo aunque la verdad es que él no solía entrar en mi habitación. Intuía que venía a buscarme. Lo sentí acercarse lentamente y meter la mano bajo mis sábanas. Y luego sentí sus dedos en mi nalga. Me di la vuelta sorprendida -¿Qué haces?.- No me contestó, así que intenté apartar su mano de mi culo.
-¡Déjame!.-
-¿No te acuerdas que me lo debes?.-
-¡Ya te he pagado!.-
-¡Ah!, ¿Lo de antes? ¡Eso eran los daños morales! ¡Ahora me tienes que recompensar por el dinero! –
Me eché a un lado y me quedé quieta mientras se sentaba a un lado de la cama y continuaba magreando mi el culo. Advertí en la penumbra que Ricardo se desabrochaba la bragueta y se sacaba el prepucio mientras me sobaba. En ese momento recibí de nuevo sus instrucciones. -¡Chúpame!.-
Puse mi cuerpo encima de su muslo para alcanzarle con la boca y comencé a lamer la cabecita. El me acariciaba la cabeza mientras me destapaba. Sentí el aire cálido en mis muslos desnudos. Ricardo presionaba ahora mi cabecita hasta conseguir que yo metiera en mi boca su prepucio y a continuación tiró de mi camiseta hacia arriba, desnudando mi espalda, aunque yo sabía que lo que buscaba eran mis senos, que intentaba proteger cruzando mis brazos.
Ricardo metió mi mano bajo mis bragas acariciando directamente mis nalgas mientras había desistido de encintrar mis pezones pero continuaba presionando mi cabeza, para que no le soltara el prepucio. Yo estimulaba su cabecita con la lengua, como si de un caramelo se tratara.
Mi excitación ganó enteros cuando me dí cuenta en décimas de segundos de que Ricardo eyaculaba, pero no estaba dispuesta a tragarme su semen. Conseguí apartar la cara de su pene y me levanté para escupir el viscoso líquido.
Era de comprender que Ricardo no se podía quedar así, así que me tiró a la cama. Caí de bruces, ofreciéndole mi trasero. Él cayó detrás mía. Me agarró mis manos con las suyas. Forcejeamos.
Yo sentía en mi espalda sin movimientos de pelvis. Sentía por encima de mis bragas como su pene atravesaba en sentido longitudinal una y otra vez el surco de mis nalgas y al fin una caliente y húmeda sensación en mis bragas, expandirse y mojar hasta la parte baja de mis nalgas mientras mi Ricardo daba hondos rugidos de macho esforzado.
Después de aquello, yo no podía engañarme más a mi mismo y tuve que reconocerme ciertamente atraída por lo que mi hermano me hacía. Deseé en los días posteriores que mi hermano me asaltara, pero era lógico pensar que estando como estaban mis padres por allí, Ricardo se retrajera un poco.
La sorpresa llegó esa noche que mis padres salieron al cine. No hacía ni una hora que habían salido. Ricardo debió pensar que era tiempo suficiente para confirmar que mis padres encontraron entradas.
Yo estaba arreglándome las uñas delante de los libros., haciendo como si estudiara. Llevaba unos pantalones cortos como de playa. Mis muslos asomaban casi enteros. Eran unos de esos pantaloncitos que si una no tiene cuidado, le aparecen los pelos de las ingles por los lados. Arriba sólo llevaba una camiseta blanca. Mi madre me había dicho muchas veces que Ricardo no paraba de mirar cuando vestía así, pero yo no sólo no hacía caso, sino que ahora, deseaba espolear sus instintos.
Ricardo apareció en la puerta de mi dormitorio. Tiró de mi mano sin decir nada y me puso de pié con decisión pero con suavidad. Me acerqué a él esperando un abrazo que no tardó en llegar. Mi boca se fundió con la suya y comencé a sentir como sus manos bajaban mis pantalones. Siempre que mi hermano me hacía algo que me gustaba no podía evitar la coletilla -¿Qué haces?.-
- Te voy a proporcionar placer. Te voy a hacer yo hoy una paja. Quiero que te corras en mi mano-
mi hermano me lo había puesto tan bien que me quité la camiseta. Ricardo me besó más apasionadamente todavía. Luego tiré de mi pantalón hacia abajo, y alzando una rodilla y luego la otra, los llevé hasta los tobillos y me deshice de ella. Sentí que Ricardo tiraba de mis bragas hacia debajo. Yo hice lo mismo que antes y pronto sentí mi sexo libre de ropa. Separé mis piernas al sentir que los dedos de Ricardo se enredaban en los rizos del bello de mi pubis.
Ricardo me mordió la oreja y dio un tirón de ella, luego metió su lengua profundamente en su interior. Aquello me puso loca. Él se iba colocando detrás de mí y pronto sentí como su polla, metida dentro del pantalón, dividía mis nalgas ligeramente en dos, como una de sus manos me amasaba los pechos y como la otra se deslizaba suavemente por mi vientre, hasta encontrar mi hendidura. Sentí la yema de sus dedos rozándome el clítoris.
Me constaba que Ricardo no tenía mucha experiencia, así que puse mis mano sobre las suyas y las guiaba. Le indicaba lo que quería sentir.- ¡Asi! ¡Suave! ¡Así!.-
Ricardo a veces se dejaba guiar, pero potras tomaba la iniciativa y sentía la presión de sus dedos en mis pechos o en los labios de mi sexo. Presionaba y me obligaba a clavar mi trasero en su ingle. Se paró para deshacerse de su pantalón. Los veía arremolinados en sus tobillos. Luego volvió a sobarme de nuevo.
Ahora sí sentía su pene caliente en mi espalda. Su escroto rozaba mis nalgas. Estaba muy excitada. Mi sexo empezaba a destilar el jugo del amor y Ricardo hizo algo inesperado, deslizando su mano hacia mis piernas y metiendo uno de sus dedos dentro de mí.
Doblé levemente mis rodillas y luego intenté ponerme de pié. Mi hermanito movía el dedo de dentro afuera. Yo empecé a empujar su mano hacia dentro de mí mientras sentía que me pellizcaba las tetas. No aguanté más y comencé a correrme.
Mi hermano, al sentirme respirar acelarada primero y luego gemir roncamente, o bien por los movimientos descontrolados que ahora realizaban mis caderas debió de sentir la proximidad de su orgasmo. Lo sentí esitrarse en mi espalda e intuía su estado. Alargué una de mis manos por detrás de mi espalda y le cogí el escroto, moviéndolo como queriendo jugar con sus bolas.
Una exclamación llenó el aire de mi dormitorio -¡Puta!.- Y al momento sentí la respiración jadeante de Ricardo, y el semen deslizarse por entre mis nalgas, desde la parte baja de mi espalda, mientras Ricardo me apretaba contra él cogiendo fuertemente mis dos senos.
Me dí la vuelta para besarle, y nos entregamos a un beso fenomenal. No me pude negar a ponerme de rodillas y lamer la cabecita del pene manchado de semen de Ricardo cuando poniendo sus brazos en mis hombros y presionando de mi cuerpo hacia abajo me pidió. –Límpiame.-
Me estaba acostumbrando al sabor de su lechecita. Como os he dicho, mientras mis padres estaban en casa era difícil que Ricardo me hiciera nada, pero en cuanto se iba, era otra cosa.
No se de donde obtenía la información, pero parecía que seguía un plan metódico. Un día después de haberle masturbado un par de veces y de el haberme metido el dedo otro par de veces durante la anterior semana, coincidimos de nuevo solos. Yo había animado a nuestros padres a salir para que Ricardo pudiera jugar conmigo y mis padre, con toda confianza salieron.
Yo me había puesto el camisón, pues era de noche y mi hermano apareció, como siempre. Yo ya me había acostumbrado a sus dedos y no concebía mayor placer que sentirme penetrada por ellos, por eso, cuando hacíamos estas cosas, Ricardo y yo no necesitábamos hablar.
Mi hermano me hizo una seña y yo me puse de pié. Entonces bajó los tirantes de mi camisón y me dejó desnudos los pechos y los hombros inmovilizados junto al cuerpo. Al verme indefensa me pellizcó los pezones ligeramente mientras nos besábamos. Ahora me costaba menos excitarme y era estar cerca de Ricardo y empezar a ponerme caliente.
-¡Subete el camisón!.- Me ordenó mi hermano. Obedecí. Él hizo la otra mitad del trabajo y me bajó las bragas. Al sentirlas en mis tobillos, yo separé las piernas esperando que se pusiera de pié y metiera su mano entre mis muslos por debajo de mi vientre hacia dentro de mi rajita.
No fue así. Ricardo, en cuclillas buscó mi sexo con su boca y pronto sentí sus labios restregarse contra mi sexo. Me separó los labios del coño y encontró mi cresta, excitada, larga, abultada y colorada. La lamió repetidamente. Me hacía enloquecer cuando para mi decepción lo vi separarse y hacer como si escupía un pelo. Lo intentó otra vea pero no pareció gustarle. Comprendí que mis pelos constituían para el un impedimento.
Me cogió entonces y me empujó hacia la mesa de estudio. Me senté con las piernas separadas y Ricardo, colocado entre mis muslos, de pié, me hizo suya introduciendo sus dedos en mi vagina, pringándose de mis jugos mientras me mordía el cuello y la clavícula, y yo le dispensaba calientes y tiernos besos en lugar de fieros mordiscos.
Al Día siguiente, al salir de la ducha, le robé una maquinilla de depilar a mi madre y con cuidado, me afeité el toto.
No tardaron en faltar de nuevo mis padres de la casa. Estabamos los dos viendo una película en el salón. Yo esperaba que Ricardo me lo pidiera de un momento a otro. Llevaba una minifalda y una camiseta, y como siempre que sabía que me quedaría a solas con mi machito, sin sujetador.
Me miró fijamente y sin parpadear me dijo.- ¡Quítate las bragas!.-
Mis bragas salieron de mis piernas rápidamente. Ricardo, mientras veía la película puso la mano en mi muslo y la fue subiendo. La sentía caliente cada vez más cerca de mí y aquella parsimonia me excitaba. De repente noté sus dedos rozando mi sexo. Ricardo puso una cara extraña y luego comprendió. Me inspeccionó cada trozo de piel de mi vientre y se convenció de mi desnudez total.
Ricardo, sin mediar palabra se desnudó y yo adiviné que debía hacer lo mismo. Quedamos los dos desnudos, de pié el uno frente al otro, nos sentamos y nos abrazamos. Nos entregamos en un profundo beso mientras nos acariciamos y comenzamos a estimular nuestro sexo mutuamente.
La mano de Ricardo se movía por mi vientre, comprobando la suavidad de mi piel y al poco, su boca empezó a buscar primero mis senos, entreteniéndose en besar fuertemente los pezones y morderlos con los labios. Luego me hizo tirarme en el sofá, lamiendo mis pechos aplanados contra mí misma por la fuerza de la gravedad.
Sólo una de mis piernas colgaba del sofá. Ricardo buscó mi sexo con su boca separándola de la otra y a la ve empezó a poner su cuerpo sobre el mío, pero sin echarse sobre mí. Sentí cada una de sus rodillas a ambos lados de mis mejillas mientras su cara se hundía entre mis piernas que estaban agarradas entre sus brazos. Su lengua me lamía hoy, sin problemas de pelos sueltos, el sexo, de arriba abajo y de adelante hacia detrás.
Yo sabía lo que quería, pero tal como estaba lo que podía hacer era agarrarle el pito y lamer sus testículos. Lo hice y Ricardo se excitaba y me lamía con saña. Le propuse a Ricardo una postura mejor.
Pablo se tumbó en el sofá, con la cabeza sobre un cojín y yo me puse en la misma forma en que él estaba antes. No tardé en sentir mis nalgas y mi sexo, ocupados por su cara mientras yo, ahora podía engullirme entero el pene de mi hermano.
Aquello era delicioso, por que además, Ricardo se ayudaba con los dedos y me los introducía en la rajita profundamente, mientras me lamía alrededor. Yo me esforzaba en lamerle de la mejor forma posible, lentamente pero con decisión, como si fuera lo más delicioso del mundo.
Ricardo comenzó a mover sus dedos dentro de mí y mi excitación fue subiendo. Estaba insertada por mi sexo y por mi boca. Sentía además su lengua en mi clítoris y eso me animaba a lamer la cabecita de su pene. Ricardo se empezó a mover suavemente y yo comencé a realizar también suaves movimientos pélvicos, moviendo mi sexo delante de su cara, haciendo que su lengua me lamiera todo el sexo y que su dedo me penetrara con más profundidad. Por mi parte, sentía su pene salir y meterse en mi boca con mayor velocidad, ya que a la que yo le imprimía a mi cabeza, se sumaba la que el mismo le daba con sus movimientos.
Estaba a punto de correrme cuando noté el viscoso líquido inundarme la boca. Si lo soltaba y lo escupía, Ricardo dejaría de lamerme y penetrarme, así que succioné para dentro lo que pude y pronto obtuve mi recompensa, pues el verme así, como una guarra, penetrada por delante y por detrás, fue demasiado para mí. Los dos nos movíamos. Eramos el yin y el yan. Nos comíamos desesperadamente el uno al otro y nos agitábamos restregándonos, sintiendo el cuerpo caliente del otro, su placer, su íntimo sabor.
No me arrepentía de lo sucedido, aunque, eso sí, pensaba que haberlo lamido todo era establecer un precedente muy peligroso por que daría pié a que Ricardo me lo pidiera siempre. Estaba equivocada. Ricardo siempre quiere más.
Ricardo disfrutaba cada vez más conmigo.(Y yo con él). Sabía que algo tramaba aunque no supiera que es lo que era. Un día me pidió dinero. Se lo dí a cuenta de lo que aún le debía. En realidad no hemos hecho ninguna cuenta de lo que me debo o le debo. Un chantaje es así, una relación unidireccional. Sin embargo, a mí, mi chantaje me proporcionaba gratificantes experiencias. Se fue a la calle y vino muy nervioso. Traía una bolsa, que parecía de una farmacia.
Me di cuenta que trasteaba en el ropero de mamá, en el de la ropa vieja.. Lo achaqué a alguna movida sin importancia. Nunca pensé que Ricardo planeara casarse conmigo, es decir, tener una noche de bodas.
El caso es que uno de esos fines de semana que mis padres aprovechaban para darse una escapada, noté que mi hermano tenía una actividad fuera de lo normal. Sabía que haría efectivas, desde luego, y una vez más las cláusulas de mis chantaje, así que estaba duchada desde la mañana.
Mi hermano me ordenó que me duchara. Serían las seis de la tarde.-¡Pero si ya me he duchado!.- La repliqué.
-No importa. Dúchate. Hoy es un día muy importante.-
Me duché de nuevo. Me excité pensando en lo que Ricardo tendría preparado. Me imaginé de nuevo enredada en un sesenta y nueve con mi hermano.
Al salir, Ricardo me llamó desde el cuarto de mis padres. Yo estaba enrollada en la toalla y llevaba los pelos cogidos con una toalla. Encima de la cama de mis padres había un traje de boda, era el de mamá. Al lado estaba el traje negro de papá. Pesar de que yo ya tenía una idea de lo que Ricardo pretendía, le pregunté
-¿Para que has sacado esto?.-
-Nos lo vamos a poner.-
-Pero,, ¿No te da respeto?.-
Ricardo calló un instante. Al final me contestó .-¡Si!, pero como la boda de ellos fue civil y no religiosa, he pensado que no tiene tanta importancia.-
Yo estaba segura de que el traje de mamá me quedaría ancho, y a Ricardo, el de papá, ni que decir. Mi hermano me sugirió que antes de ponerme el traje debía de ponerme los atuendos adecuados. Me hizo pintarme las uñas de las manos y de los pies de color rojo, y los ojos, los labios de un rojo intenso. Me peiné todo lo más solemne que sabía. Después, mientras él se había colocado los pantalones, que le estaban muy anchos y la camisa, que era una suya y una pajarita, buscó unos calcetines oscuros y unos zapatos. Decidió ponerse los brillantes zapatos de ceremonias de papá, unos anticuados que ya no usaba, probablemente, desde la comunión de Ricardo.
Al verme aún enrollada en la toalla, nos pusimos a buscar unas braguitas para la ocasión. Rebuscamos entre las mías, pero aunque había alguna más atrevida que otras, no era lo que buscaba Ricardo. Me sentí un poco cortada mientras buscábamos entre la ropa de mamá. Eso era lo que Ricardo hacía cuando lo sentía unos días antes buscar en el cuarto de mis padres. Al final encontramos unas bragas de encaje blancas. Eras unas braguitas atrevidas y elegantes, con transparencias donde más debía de haber tapado. Me las puse. Me quedaban un poca anchas, pero me quedaban. Mi hermano encontró el sostén. Ese sí me quedaba muy grande, a pesar de lo cuál, Ricardo insistió.
Finalmente, buscamos unas medias y de nuevo tuvimos que acudir a Mamá. Tenía unas de mayas blancas que venían bien para la ocasión y aunque estaban un poco anchas se sostenían. Tuvimos la suerte de encontrar un liguero que no didé en ponerme.
La chaqueta le estaba grandísima a Ricardo. A el le sobraban dos tallas. Estaba gracioso. Ricardo extendió ante mí las joyas de mi madre. Mis manos se cubrieron con sus pesados anillos de oro. Tenía ocho anillos de oro puestos, me colocó dos pulseras en las muñecas y también en los tobillos, y aprovechó para colocar un anillo, simple, de oro, en uno de los dedos de mis piés. Sentí el frío en mi cuello cuando Ricardo me colocó aquel collar doble de perlas, y luego, me coloqué unos pendientes muy grandes.
Me miré al espejo. Estaba cargada, recargadísima, barroca, pero me sentía sexy. Bueno. El novio me esperaba en el cuarto de la tele. Me fui hasta allí. Ricardo me miró con deseo, con pasión. Me cogió la mano y encendió el video, el responsable auténtico de toda esta aventura.
Allí apareció, en la pantalla de la tele, el propio Ricardo disfrazado como de Juez. Leía un documento después de presentarse como funcionario de casamientos a distancia. El papel que leía me obligaba a ser la sumisa esposa de mi esposo, que era mi amo, mi dueño, mi señor, que dispondría de mí como gustase. Decía que el presente se firmaba voluntariamente.
Al final se despedía. Miré a Ricardo. Me señaló un documento, igual al leído por vídeo, probablemente el mismo. -¡Firmalo Ya!.-
-Pero Yo no lo firmo voluntariamente. Me haces chantaje.-
-Bueno, eso no lo sabe el funcionario. Y tienes que elegir...ten en cuenta que algunas de las escenitas entre tú y yo están grabadas...-
Me quedé fría. Ahora si que estaba desconcertada. –Le diré a papá que me obligaste.-
-¿te obligué? ¿A ser una zorra que se ha entregado por no asumir una bronca?.-
- Eres...eres un cerdo.-
- ¿Crees que papá va a creer que yo, con dieciocho años te obligué a ti, con veintitantos? ¿Sabes que si esto hubiera ocurrido unos meses antes podría acusarte de corrupción de menores?.-
Guardé apenada silencio. No esperaba que Ricardo actuara con tan mala leche. Me desperté de mi ensimismamiento al pedirme Ricardo de nuevo que firmara aquello. Lo firmé.
-Guardaré este documento donde nadie lo encuentre.- Me dijo orgulloso, triunfante.
Un par de lágrimas corrió el rimen de mis ojos. Tengo que decir que he buscado el documento y no lo he encontrado. Sí he encontrado alguno de los vídeos con las escenitas de nosotros grabadas, pero sospecho que tiene más. No me puedo fiar.
-Y ahora...Vamos a consumar el matrimonio.-
Me cogió de la mano y me llevó hacia el cuarto de mis padres. Aquello me hacía sentir como una trasgesora total, como si traicionara a mamá, que usaba las bragas, las joyas, su traje de boda y finalmente, su cama.
Al principio no tenía ganas de nada. Ricardo se me acercó para besarme y tuve que inclinar la cabeza, pues los zapatos blancos de aguja, por supuesto, de mamá, me hacían mucho más alta que él. Me comió la boca con un beso apasionado que apenas respondí por compromiso.
Se quitó la chaqueta. Había traído un lector de CDs y empezó a sonar una música espiritual, instrumental y exótica. Me cogió. Bailamos. Al sentirme abrazada a él, la verdad es que se me pasó un poco el disgusto. Me gustaban otros chicos y me gustan, pero no cabe duda de que era a Ricardo al chico que más quería y el que más sexo me había hecho disfrutar.
Mis besos se fueron volviendo más tiernos, más apasionados. Deseaba descalzarme para estar a su altura. Pero me pidió que me quitara el vestido antes. Me fui desnudando. Veía mi cuerpo sobrecargado de joyas en los cristales del armario y de la cómoda. Me volví a dejar abrazar por Ricardo, que me agarraba de las nalgas mientras con el rabillo del ojo me miraba el culo atrapado entre sus manos.
Me desabroché el sostén, como me pidió mientras el se desabrochaba la camisa. Puso en mi cuello su pajarita. Luego, cogió un nuevo collar, de piedrecitas, un poco hippy, y me lo colocó alrededor de la cintura. Nos abrazamos de nuevo. Sentí la textura de su camisa blanca y la piel de su pecho en mis pezones excitados.
Me pidió que me quitara las bragas. Mi hermano estaba extasiado viendo como desabrochaba el liguero de las medias para sacarme las bragas. Él se quitó los zapatos y yo pensé que podría quitarme aquellos zapatos altísimos. No me lo consintió. Acto seguido se quitó los pantalones y le ví con unos calzones de los de toda la vida, no unos slips , sino unos calzoncillos largos. La cabecita de su picha quería salirse juguetona entre los botones de su bragueta. Yo me acerqué a él y le desabroché la bragueta mientras nos besábamos.
El pene salió de sus calzoncillos y lo acaricié. Ricardo me recompensó tocándome mi rajita desnuda de pelos y metiendo la yema de su dedo dentro de mi rajita humedecida. Me pidió que le diera un lamentón en la picha. No me podía negar, y menos el día de nuestra boda.
Fue un lametón descarado pero breve, pues Ricardo me obligó a ponerme de pié de nuevo y me empujó con suavidad a la cama. No abrimos ni siquiera las sábanas. Apartamos la colcha y allí, Ricardo y yo nos echamos, abrazados, besándonos de nuevo.
Cada vez que me movía sonaban las cuantiosas joyas que me colgaban. Me sentía incómoda con los zapatos en la cama. Ricardo se había quitado los calzoncillos y yo acariciaba su pene, dándole masajes en toda su longitud hasta hundir mis dedos en su escroto, cada vez más rugoso. Le cogí sus huevos duros al sentir lamer de mis pezones. Lo tenía entre mis piernas. Yo alargaba mi mano para cogerle los huevos y el me lamía, mordía con los dientes y estiraba de ellos. Me volvía loca. Y cuando aquel pezón estaba ya excitado, mi hermano atacaba el otro.
- ¡Follame!- Aquellas palabras salieron de mi boca sin yo quererlo, sin darme cuenta. le dije. Se lo repetí varias veces. Al fin se puso de rodillas y sacó de la mesita de noche un preservativo cuyo coste había financiado sin saber. Lo sabía por que reconocí la bolsa de la farmacia en que la caja estaba envuelta al lado del preservativo.
Ricardo rompió la funda y se lo quería poner aunque no atinaba, pues estaba muy nervioso. Me lo dejó a la tercera vez que se lo pedí. No deja de ser paradójico que yo le colocara el preservativo a mi hermano con el que íbamos a consumar nuestro incestuoso amor. Lo desenrollé suavemente en su pene. Los dos mirábamos en silencio cómo la funda se extendía durante unos segundos. Después, Ricardo me empujó con dulzura, hasta tumbarme en la cama.
Mi hermano me cogió los hombros por detrás de mi espalda y me llevó hacia él. Sentí la cabecita entre mis labios, a punto de penetrarme. Yo ya ni me acordaba de la última vez. Le pedí que me penetrara despacio, y Ricardo se portó como un amante comprensivo, ganando mi sexo centímetro a centímetro, segundo a segundo. Me sentía dilatar y creo que Ricardo sentía mi dilatación ante él.
Abrí las piernas. Ese era tal vez el motivo por el que Ricardo no quería que me quitara los zapatos. Con los taconazos aquellos, mis caderas parecían obligadas a ensancharse más, mi cintura se arqueaba más y sentía mi sexo muy expuesto a sus embestidas. Ricardo me la había metido entera ya y el escroto contagiaba su calor a mis nalgas, como yo contagiaba de mi humedad a la base de su pene.
Ricardo ya sabía lo que tenía que hacer. Yo no se si lo aprendió en las películas porno o es un instinto que los hombres tienen, lo mismo que no me acuerdo si me muevo por que me lo pidió el cuerpo la primera vez que lo hice o por que algún chico me pidió que me moviera. No me hizo falta, en cualquier caso, que Ricardo me lo pidiera esta vez.
Nos miramos profundamente a los ojos mientras comenzamos a movernos el uno contra el otro, acompasando nuestro movimiento, deseando que el roce fuera el máximo. Mi vagina recogía todo el placer que mi hermano me proporcionaba con su pene. Me había cogido las manos y las manteníamos unidas por encima de mis hombros, y al no tener punto de apoyo, mi hermano me la clavaba profundamente.
Sentí mi vagina comenzar a convulsionarse, excitada al ver los esfuerzos que mi macho, Ricardo, hacía ya por vaciarse, por hincarmela, arqueando su espalda, contrayendo sus lumbares, metiendo sus riñones, mirando al techo.
Comencé a gemir, con unos gemidos ahogados, roncos, mitigados, rugidos de leona asmática. Arqueaba mis caderas. Las joyas hacían que al moverme sonaran como cascabeles alrededor de mí. Doblaba la espalda y sentía mi piel húmeda por el sudor, mis peones ardientes sentían el roce del aire y buscaban el contacto de Ricardo, que de pronto se desplomó sobre mí, vacío de semen y de fuerzas, y aunque se continuaba moviendo, lo hacía ya por seguir proporcionándome un placer que ya remitía.
Le besé la oreja. -Ya está, amor mío, ya está.- Le dije para sosegarle y después lo tuve un rato encima de mi, disfrutando acariciando sus nalgas sudorosas, intercambiando nuestros besos, nos apartamos.
Quedamos en la cara callados y luego, Ricardo fue a tirar el preservativo a la basura, bien escondido, según me dijo, para que no lo encontrara nadie.
Bueno. Ahora soy la esposa fiel y sumisa de mi hermano Ricardo. Cada vez que mis padres se ausentan, mi hermano me hace el amor y yo la verdad es que disfruto mucho, pero de vez en cuando me deprimo un poco, porque no se hasta donde llegara esto.
Por Egarasal
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