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viernes, 19 de febrero de 2021

Sin Televisión


Capitulo 1

Afuera llovía. Tras toda una tarde de largos titubeos, el clima finalmente se había decidido a una larga y torrentosa lluvia.

La cabaña estaba relativamente escondida en el bosque. A unos pocos centenares de metros de la carretera principal, la pequeña casa hecha de madera se hallaba cerca de un riachuelo de aguas cristalinas y un bosque sacado de algún cuento de hadas.

Mi padre había propuesto ir a pasar allí un fin de semana familiar. El lunes era festivo, así que, tras las protestas, especialmente enérgicas de Anabel, mi hermana mediana, todos nos habíamos montado en el carro y, cargados con los artilugios necesarios para hacer todo tipo de actividades, agarramos la carretera el viernes al mediodía.

Viajábamos mi madre, mi padre, Anabel, Mariluz y yo. Mariluz era mi hermana mayor, Anabel la mediana y yo el menor.

Cada uno de nosotros era bien diferente. Así como Yo y Mariluz éramos más hogareños, Anabel odiaba estas cosas. A la que podía, siempre se escapaba de los encuentros familiares con primos y tías. Y ya le venía de pequeña... cuando apenas contaba diez u once años de edad, ya se quedaba en el rincón jugando sola, o dibujando en un papel, mientras yo, con dos años menos, celebraba con mis primitos, y primitas, las raras ocasiones en que podíamos hacer travesuras juntos.


Mariluz también. Nos llevaba varios años de ventaja. Y se había vuelto, desde que puedo recordarla, una hermosa joven risueña y alegre. Siempre andaba con la guitarra a cuestas, haciendo revolotear las notas allí donde estuviera. Obviamente, había comenzado con canciones protestas y vistiéndose de hippy. Pero con el tiempo se había girado hacia músicas más complejas, especialmente flamenco. Tenía un don para ello. Tal vez, el famoso duende.

Mi padre y mi madre... bueno, eran todo un mundo aparte. Sus relaciones eran como una ola del mar: pasaban de la más completa pasión y amor al odio más ciego y atemorizante. Tanto en una situación como en otra, los descubríamos haciendo "cosas"... ya sea fornicando entre ellos a la hora de la siesta o poniéndose cuernos, mi madre con el fontanero, mi padre con la secretaria la celebración del decimo aniversario de la compañía que había fundado.

Ambos se conservaban bastante bien, físicamente. Y si algo puedo decir a pesar de todo, es que se quisieron mucho durante el tiempo que estuvieron juntos.

El camino hasta la cabaña era, en su ultimo trozo, de tierra. Mi padre lo había recorrido lentamente, mano en volante, en la otra el mapa que le había hecho a toda prisa Joaquín, su socio, propietario de la casa y amigo intimo de mis padres.

Habíamos llegado a media tarde, descargando todos los bártulos con presteza para empezar cuanto antes a disfrutar de los sabores de la vida en el campo. Como siempre, Anabel se había apeado del carro, y sin decir palabra se había caminando bosque adentro.

En un ratito, y viendo como los nubarrones iban cercando el cielo azul, ya estábamos en la pequeña terraza todos menos anabel disfrutando de una suculenta comida comprada en el pueblo más cercano.

Esa misma tarde, después de comer, nos fuimos mi padre y yo, a pesar de mis reticencias por la lluvia, a "hacer actividades de hombres". Osease, pescar.

Bajando el río, a medio kilometro, se formaban naturalmente varios pequeños estanque donde las truchas descansaban de su arduo viaje corriente arriba. Escojimos la más grande, cargamos el sedal y nos sentamos a la orilla con la caña clavada al suelo y sentados encima algunas rocas.

- Más nos vale sacar seis o siete peces, o si no no sé que cenaremos.- Mi padre dijo esto en tono medio en serio medio en broma. Yo me lo creí, y a medida que pasaba el tiempo, y el clima empeoraba, y las truchas comían otras cosas que no fueran nuestros gusanos, me iba poniendo nervioso. Afortunadamente, mi padre no se puso a platicar en plan "de hombre a hombre", sino que estuvimos charlando sobre cosas sin interés. Al final, harto de tanta espera, me decidí a dar una vuelta a ver que podía encontrar.

¡Y vaya lo que encontré!

Seguir el río corriente abajo era tarea sencilla. Los bordes estaban bastante despejados, y aunque alguna vez había que cambiar de lado o saltar encima de unas piedras apartando matorrales, el dsescenso era bastante agradable.

Las piscinitas que se iban formando creaban sitios mágicos, propicios para ver y encontrar cualquier cosa.

Escuché cerca el ruido apagado de una pequeña cascada. Y una sensación extraña me embargó... como si presintiese que algo iba a ver, sigilé mi paso y con mucho cuidado sorteé una cerrada curva del riachuelo. Escondido entre matas y arbustos, distinguí una piscina de unos cinco metros de ancho por siete de largo. Y en medio estaba anabel.

Flotaba con los brazos estirados, el pelo suelto y completamente desnuda. Se movía lentamente sobre la superficie. A una orilla vi, mal apiladas, sus ropas.

Me acurruqué detrás de una piedra. No sabía porqué, pero algo de la escena me cautivaba enormemente. Ver el cuerpo de anabel, desnudo, era mucho más de lo que nunca había imaginado. Tenía los pezones oscuros, apuntando hacia arriba; recorrí sus redondeados pechos y, siguiendo el camino de su vientre plano y adolescente, se insinuaban los pelos ensortijados de su sexo.

Sin querer, noté como mi miembro se disparaba.

Tenía los ojos cerrados, dejandose masajear por el contacto del agua y el ruido de la cascada. Su piel brillaba con los ocasionales rayos de sol que penetraban entre las cada vez más gruesas nubes.

Sobresalía del agua su frente orgullosa, su nariz perfecta. El mentón prolongado y parte del largo cuello. Sus ojos entrecerrados y parte de sus laberinticas orejas. Sus pechos redondos, su piel lechosa, muy blanca. Casi pálida. Sus muslos juveniles, sus pies pequeños y coronados por diez dedos que, de vez en cuando, se estiraban y relajaban a antojo de Anabel.

Nunca la había visto así. A mis catorce años, aún hacíamos, los días que estabámos de buen humor, guerra de cosquillas. Y nunca me había imaginado que su cuerpo, tan toqueteado por incursiones de mis manos buscando sus puntos sensibles, pudiera ser algo tan fascinante.

Hipnotizado, no escuchaba otro ruido que el de la cascada. Ni veía otro movimiento que su suave meneo sobre el agua.

Sin saber como, me encontré agarrando mi miembro que ya pujaba entre mis shorts. Lo liberé y, ahí mismo, empecé un ritmico movimiento lleno de caricias. Como buen novato, me corrí casi enseguida, llenandome la mano de lefa.

De pronto, ella se desperezó, sacudió la cabeza y, poniendose en forma vertical, miró con picardía la cascada. Nunca le había visto ese brillo en los ojos. Era juguetón y sensual, mezcla fruto de un estado sobre el cual aún me quedaba, y queda, mucho que aprender: la excitación de una mujer.

Se acercó con tres brazadas a donde se precipitaba el agua. Me acurruqué más en mi escondite y, francamente curioso sobre lo que haría la bella Anabel a continuación, me aseguré una perfecta visión.

Una vez frente la cascada, buscó una piedra para sentarse, quedando medio cuerpo en el agua y medio fuera. La media que estaba sumergida, estaba enmedio de la corriente que generaba la caida del agua, y se colocó enfocandose a ella con las piernas abiertas. Vi, por primera vez, el sexo de una mujer abierto y excitado.

Luego se quedó allí largo rato, dejando que el agua impactara directamente en su hermosa cueva. Su cara era un poema. Su piel brillaba reluciente por las pequeñas gotas de agua que se diseminaban por todo aquel impresionante cuerpo. Y sus pezones... nunca he vuelto a ver unos igual. Se habán convertido en dos botones de piedra, casi morados.

Yo suspiraba sin saber qué hacer. A pesar de mi inocencia, mi verga volvía estar como un mastil y mi mano la volvió a atender como merecía. Esta vez más despacio, con más amor. Acompasandome al ritmo de mi querida hermana.

No recuerdo cuando fue que bajó su mano izquierda a su entrepierna y la empezó a acariciar lentamente al principio, muy rápido después. Con la derecha, se amasaba los pechos, se los chupaba, se acariciaba los muslos, los brazos. Y las orejas. Con fruición se detenía allí, metiendose el dedo indice en ella.

Por abajo, tres dedos penetraban su cuerpo sin descanso. Con el pulgar se tocaba un poco más arriba y por fuera. Lo que luego descubriría que es el clitoris.

Tampoco recuerdo cuando empezó a gemir. Pero si de pronto me di cuenta que estaba como loca, jadeando muy alto y exclamando palabras sorprendentes... "oh, sí, que puta soy, que puta soy... como me gusta, uyyyyy... ahhhh.... necesito verga, la necesito, pero ya, ya... leche, quiero lechita tibia y dulce....uyyyy"

Y la mirada, con los ojos entrecerrados y dirigidos a su sexo.

De repente gritó. Escupió un chillido que hasta lo debió escuchar mi padre, a medio kilometro río arriba. Se arqueó, y su pelo largo y negro se revolvió con vida propia mientras su cuerpo se relajaba y, como absorbido por una fuerza oculta, resbalaba dentro de la piscina para volver a flotar a la deriva. Anabel tenía la cara relajada, extasiada.

Entonces fue cuando yo solté mi semen. El espasmo me hizo temblar de pies a cabeza, con una oleada de placer que no recuerdo haber vuelto a tener. Tampoco recordaba sacar tanta leche con mis pajillas... dos o tres chorros de caliente y espesa lefa mancharon piedras y la mata que me servía de escondite.

Sentí mis hombros caer y mi cabeza dar vueltas.

Medio confuso me giré y, subiendome los pantalones, empecé la marcha para volver adonde mi padre aún estararía esperando a que las truchas mordieran el anzuelo. Apenas me dí cuenta de un ruido de ramas moviendose un poco más arriba. Tenía la cabeza confusa y atontada por la visión y las dos corridas casi seguidas.

Bueno, no tan confusa... acababa de ver a mi hermana Anabel masturbarse y me había encantado. Y supe que ella sería mi musa, mi obsesión. No tendría descanso hasta estar tan cerca de ese cuerpo que pudiera sentirlo en toda su grandeza, saborear sus olores, humedecerme con sus liquidos.

Lo que no imaginaba, bajo las primeras gotas de agua de la tormenta que sería la culpable de todo, era lo pronto que eso se iba a hacer realidad.

Cuando regresé a donde se hallaba mi padre, vi que este había recogido todo el equipo y permanecía sentado, con mirada perdida, bajo un impermeable que le protegía de la cada vez más fuerte lluvia. Me sonrió y, sin mediar palabra, enfilamos hacia la cabaña.

Me sorprendió el silencio en mi habitualmente locuaz padre. Pero lo atribuí a ese estado de placidez que te da la naturaleza.

Llegamos a la cabaña empapados. Mariluz y mi madre se hallaban en la cocina. Una preparando la cena y la otra tocando su amada guitarra. Yo andaba taciturno aún por lo que acababa de ocurrir y ante la pregunta de mi madre de si habíamos pescado algo, moví la cabeza negativamente.

Me dirigí al cuarto donde esa noche dormiriamos Anabel y yo, y que se antojaba como una alcoba llena de incertidumbre por todo lo que podría pasar: desde la culminación de un deseo arrollador hasta una noche de suplicio escuchando su pausada respiración mientras soñaba con angelitos.

Cuando abrí la puerta del dormitorio se me cayó el alma a los pies, aunque se me levantara otra cosa. Ahí estaba Anabel, de espaldas, con solo un tanga puesto. Su perfecta espalda se dibujaba a contraluz de la ventana, estrechandose maravillosamente a la altura de la cintura. Volvía a ensancharse entonces hasta llegar a su hipnotico culo, solo cubierto por un hilo finisimo que se perdía entre los dos cachetes.

Medio ladeó la cara frunciendo el entrecejo y, al ver mi demora admirando ese escultural cuerpo, me gritó que me fuera porque, por si no me había dado cuenta, se estaba cambiando. Tras una ultima mirada, cerré otra vez la puerta realmente apenado. Y pensaba que qué casual que en un mismo día la hubiera visto desnuda dos veces, sí creo que antes nunca lo había hecho.

Me dirigí al baño para darme una buena ducha. Me desvestí y caí en la cuenta de cómo había logrado Anabel para llegar a casa antes que nosotros, si ella estaba más lejos. Bajo el agua caliente, encogí los hombros suponiendo que habría agarrado un atajo o algo parecido.

Tenía la cabeza llena de Anabel. Desde su olor, al que jamás había dado mayor atención pero que ahora revoloteaba continuamente en mi nariz, hasta sus pezones, pasando por su mirada de lascivia al acercarse a la cascada o su voz diciendo que quería verga.

Fue una de las duchas más largas de mi vida. Y allí hubiera continuado sino hubiera sido por las insistentes llamadas de Mariluz, pidiendome que temrinara ya.

Cuando salí del cuarto de baño, ahí me la encontré de frente en el estrecho pasillo. Solo andaba con una toalla que le iba desde encima los pechos hasta medio muslo. Casi chocamos y, al hacerlo, levanté las manos agarrandola por los brazos para evitar la colisión. Al sentir su piel, algo se me retorció en el estomago y, sin querer, emití un profundo suspiro que tuvo como respuesta de mi hermana que ésta levantara las cejas.

Me puse a un lado para que pasara, y al hacerlo se me llenó la nariz con su fragancia de mujer, mientras su hombro desnudo pasaba muy cerca de mi pecho descubierto.

¿Qué diablos estaba pasando? ¿Me querían volver loco?

Cuando tomé el pasadizo, noté que ella se demoraba unos segundos en el marco de la puerta. Sentí sus ojos en mi nuca, sin duda sorprendida de mi reacción ante nuestro encontronazo.

Abrí la puerta de la habitación y encontré a Anabel sentada en la cama con las rodillas tocando su pecho, leyendo una revista. Vestía una camiseta blanca y unos pantalones muy cortos, que le dejaban desnudos la mayor parte de sus muslos e insinuaban su sugerente vagina. La visión me hizo empalmar de nuevo y removió recuerdos medio enterrados por la visión de Mariluz en toalla.

- Oye- atiné a decir- perdona por lo de antes.- Por dbajo la toalla me puse unos boxers y, dejando la toalla en mi regazo para ocultar mi erección, busqué una camiseta en la mochila.

- No te preocupes hermanito. Al fin y al cabo, al compartir habitación una ya sabe que comparte la intimidad.- Y mirando por encima la revista me guiñó un ojo. Esto me turbó tanto que me levanté para mirar por la ventana para escapar de ella.

- Como llueve- susurré con un hilo de voz. Ella se levantó, se acercó a la ventana y, poniendo una mano sobre mi hombro, dijo con un tono divertido:

- Es que solo a papa se le ocurre ir al campo con el tormentón que estaban anunciando por la tele... – La miré y la vi cerca, muy cerca de mi rostro. A través de la fina tela de la camiseta, se marcaban dos hinchados y duros pezones. Ella siguió mi mirada y, al darse cuenta de lo que le estaba mirando, se puso roja como un tomate. Apenas pude pronunciar un "ehhh..." avergonzado cuando ella ya había vuelto a su cama tapandose por completo con su sabana.

La lluvia continuaba cayendo.

Me fui abajo, donde mi padre, mi madre y Mariluz, aún con el pelo húmedo, encendían el fuego, cocinaban y leían el periodico.

En apenas un rato, mi madre anunció que la cena ya estaba lista. Arreglamos la cena y me encomendaron la misión de ir a buscar a Anabel, que en todo el rato no había salido del cuarto.

Al entrr en la habitación, vi que dormitaba. Se le habían corrido las sabánas y allí estaba, con una pierna desnuda, las manos en alto, mostrando el ombligo y su vientre suave y plano.

Miré la visión estupefacto. La había visto así varias veces, pero nunca con esos ojos. Le llamé `por su nombre. No respondió. Finalmente, y tras hartarme los ojos con su magnifica estampa, alargué la mano y le acaricié muy suavemente el pecho por encima la camiseta. Ella no reaccionó y, ya con más valentía, me atreví a dejarle la mano allí un buen rato.

Pasados unos minutos, durante los cuales ni parpadee, le toqué en el hombro con la intención de despertarla. Dio su efecto encogiendose ella, lanzando un enorme bostezo y, juguetonamente, cubriendose con las sabanas.

- A comer, hermosa...

- Vaya- dijo con una sonrisa tierna- ya piropeando a tu hermana...- y dicho esto estiró los brazos, levantandose con ello la camiseta hasta casi descubrir sus pechos.

Desvié la mirada y me fui para abajo sin decir nada. Ya estaban los demás alrededor de la maciza mesa recubierta por humeantes platos que mi madre había preparado con esmero.

- Ya baja – anuncié. Y no sé si fue mi tono o mi cabeza cabizbaja que logré interceptar una significativa mirada entre mi madre y Mariluz.

Anabel bajó al rato. Seguís vestida con esa corta camiseta y los pantaloncitos de color azul. La cena transcurrió con toda normalidad, con mis pades y Mariluz llevando el peso de la conversación. Yo miraba mi plato, y a veces a ellos. Pero donde prefería poner mis ojos era sobre mi hermanita. Cuando lo hacía, la veía en la cascada, y la imaginaba gritando mi nombre, pidiendome más y más verga, que le diera mi leche. La veía con los labios carnosos alrededor de mi capullo, con su vulva abierta y jugosa recibiendo mis caricias, montarla de mil maneras diferentes. La escuchaba rogarme que le rebentara el trasero, ese fabuloso trasero que apenas un par de horas antes me había enseñado. Y veía mis manos sobre sus pechos, rozandolos, acariciandolos.

Mi madre me despertó de mi ensimismamiento preguntandome si queria mas pure de papas. Al ver mi turbada respuesta, me preguntó que si estaba bien. Yo le dije que si y continue comiendo. Al levantar la mirada, mis ojos se cruzaron con los de Anabel, que me regaló una enigmática sonrisa.

A media cena, la tormenta estalló y pronto se escucharon truenos y se vieron relampagos. En menos de lo que canta un gallo, se fue la luz. En la penumbra total, y mientras mis padres buscaban velas por la casa a la luz de un encendedor, escuché a Anabel jadear profundamente.

- Estas bien? – le pregunté sinceramente preocupado. Ella me respondió agarrandome de la mano y acercando su silla a la mía.

- Es que todo esto me da un poco de miedo.

-No te preocupes, yo te protejo.- Aproveché la oportunidad y le puse mi mano sobre su muslo que noté moverse un poco pero, sin embargo, no apartarse. Casi a la vez que yo hacía esto, Mariluz estalló en una carcajada que sonó muy fuerte en la oscuridad haciendo burla del miedo de Anabel y de mis instintos de protección.

-Callate, estupida- resopló la mediana.- Ya sabes que me dan rollo las tormentas.- Sentía mi mano vibrar encima de aquella piel desnuda, tersa. Se erizaba al estallido de un trueno. Se movía cuando un relampago iluminaba la estancia. Me acerqué más y bajé su mano de encima de la mesa a mi regazo. Tenía, obvia decirlo, una erección terrible. Y sentirla tan cerca era emocionante. Saber que un movimiento suyo delataría mi estado, me ponía a cien.

Ella juntó ambas manos sin apartarlas de encima mis piernas. Y aproveché un trueno que la sobresaltó especialemente para subir, como sin querer, mi mano por su muslo, dejando mi dedo meñique distraidamente en la cara interior de la deliciosa pierna. A ella no pareció importarle.

Ya el comedor se iba iluminando con las candelas. Pronto, la estancia quedó bañada por una agradable luz amarillenta cuyas sombras bailoteaban al antojo de las corrientes de aire.

El tintineo de la lluvia se hizo más intenso.

Mi hermana Anabel, medio avergonzada, enderezó su silla y se alejó de mi. Yo retiré, a mi pesar, mi mano de su muslo.

Mi padre, recuperado el buen humor y ajeno a lo que ocurría bajo la mesa, dijo que mañana haría un día estupendo. Propuso jugar al monopoly a la luz de las velas.

Todos accedimos. Y así estuvimos un par de horas, hasta que Mariluz nos sacó a todos el billete y se había convertido en dueña y señora del tablero. Un rato antes, mi madre ya se había ido a acostar.

Al terminar la partida, mi padre se fue a acostar y quedamos los tres. Pasada la emoción de la victoria a mariluz se le cerraron los ojos y también subió por las escaleras. El momento que más deseaba había llegado.

Anabel me miró largamente. Estaba sentada en la silla con las piernas dobladas

-Bueno, hermanito... ¿no tienes sueño?

- No- respondí rapidamente. Estaba como una moto, pero lo ultimo que quería hacer era irme a dormir.

- yo tampoco... como he dormido esta tarde, no estoy nada cansada.- Sus ojos brillaban a la luz de las velas. De vez en cuando mi mirada se perdía en sus dos pechos, que subían ritmicamente a su pecho. En otras, la bajaba descaradamente hasta su entrepierna, que por su postura quedaba totalmente abierta. A ella, a diferencia de esta tarde, no parecía molestarle estas miradas.- ¿quieres jugar a algo?

- Claro- respondí, dejando mi imaginación galopar a toda velocidad. Ella se volteó y agarró de la caja de juegos una baraja de naipes.

- Vayamos al sofá. Estaremos más cómodos.

-Vale- contesté timidamente.

Ella alzó su majestuoso cuerpo y se sentó a un lado, mientras yo me sentaba en el otro. Al pasar por mi vera, y como distraidamente, me rozó las rodillas con sus muslos, lo cual me hizo volver a tener el arma en ristre. Llevé un par de velas y las coloqué estrategicamente para iluminar la escena.

Una vez sentados, nos encaramos con las piernas recogidas, sin tocarnos. Ella extendió entre ambos, y cubriendolas, una liviana manta. Empezó a mezclar la baraja lentamente.

- Que quieres jugar?

- Lo que sea. Pero que sea divertido.

- La mejor forma de que sea divertido es haciendolo divertido.- Dijo ella con una ancha sonrisa. Hacía mucho que la veía tan de buen humor.

- Bueno, podemos hacer que el que pierda tenga que hacer algo...

- Uyyy... eso es peligroso, hermanito.- y dicho esto noté como casi imperceptiblemente su rodilla rozaba la mía. Yo, ni corto ni perezoso, la eché un poco para adelante y noté, al contacto con la suya, como ella la retiraba ligeramente.

- No tanto. Somos hermanos y no vamos a obligar al otro a hacer nada que le pueda hacer daño...

- Daño, no. Por supuesto... nos queremos demasiado, verdad?- Y puso su sonrisita burlona. Esa era, en nuestro codigo, luz verde para lanzar un ataque de cosquillas. Y eso hice... disparé mis manos y mi cuerpo sobre el suyo, toqueteando y aplastando a cuanto miembro o protuberancia encontrara en mi camino. Ella se defendía con ambos brazos, intentando en vano repeler mis ataques y conteniendo apenas la risa. Yo le pellizcaba y hacía bailar mis yemas sobre su cintura y sus axilas. De vez en cuando, le sobaba un pecho. Acerqué mi rodilla, como por accidente, a su entrepierna. Ella no parecía reaccionar: tenía los ojos cerrados, en la boca una sonrisa, y continuaba el teatro de las cosquillas moviendose continuamente y moviendo los brazos más por moverlos que por rechazar mis manos. En un par de ocasiones, las dirigó accidentalmente a mi verga, que sentía con una erección como nunca antes. Se estaba llegando a un punto peligroso: su mano la rozaba cada vez más a menudo y ya mi rodilla se había encajado perfectamente en su sexo. Miedoso, decidí detenerme en cuanto agarré sus manos con las mías, y ambos nos quedamos mirando unos segundos fijamente a los ojos.

Volví a mi lado del sofá pero sin perder el terreno ganado en cuanto a las piernas. Ella las estiró, apoyando su muslo en mi rodilla y poniendo su pie a la altura de mi ingle.

Estaba hermosa. Me costaba de creer que fuera mi hermana la que tuviera delante. Tan fresca, tan risueña, tan apetecible.

No recuerdo a que jugamos. Solo recuerdo verla, con la luz brillante, la sonrisa en los labios. Le tocaba la mano cuando recogía las cartas, le sobaba el pie cuando se echaba para atrás, movía ritmicamente mi rodilla. Mi audacia crecía y crecía.

Y, afuera, seguía lloviendo.

En un par de ocasiones se levantó para irse a buscar un vaso de agua. Lo dejaba en una estantería que estaba a mi lado. Cada vez que lo agarraba, aplastaba sus pechos en el mío, haciendome temblar de excitación.

Las partidas se sucedían una tras otra. El tiempo parecía haberse detenido... Como de un sueño me desperté cuando ella se desperezó y con una sonrisa me comunicó que yo había perdido. Atolondrado, le dije que ni sabía, que estaba también muy cansado y que me iba a acostar.

Soplamos todas las velas excepto una que se quedó mi hermana y se llevó hacia arriba. Durante todo el rato de la partida, había estado con una excitación brutal. Se manifestaba a través de la tienda de campaña que con cierta vergüenza era incapaz de esconder. Cuando apagamos la ultima vela, para mi sorpresa Anabel tomó mi mano y subimos la escalera así, bien agarraditos. En un momento dado, ella se detuvo y choqué contra ella, clavando mi tenso miembro en su hermoso trasero. Volteó pero no dijo nada... solo continuó subiendo.

Entramos en la habitación y cada cual se fue a su cama. Ella dejó la vela en el centro y se metió bajo las sabanas. Afuera continuaba diluviando. La distinguí flexionando las piernas para, a continuación, lanzar los pantaloncitos y las braguitas a un rincón. Ni os cuento como me puso eso...

Viendo que ella estaba volteada hacia la pared, me desnudé y me metí en la cama sin nigún tipo de ganas de dormir.

Pasó mucho tiempo. La vela se quemó toda, para apagarse con un lastimero ruidito. La llouvia golpeaba el techo de madera en una suave melodía que se entrecortaba con, primero un latigazo de luz, y después con un estallido de sonido que ensordecía cualquier otro ruido.

Anabel no dormía. La notaba revolverse inquieta. Y, ahora, sin luz, pensé que debía estar asustada.

-anabel- susurré.- Anabel...

-dime- constestó, fingiendo voz de dormida.

-¿Estas dormida?

-No. Pero quiero estarlo, así que...- estalló un trueno cerca, muy cerca. Se escuchó un fuerte sonido, como de algo que se quebraba en el jardín. A mi me dio un vuelco en el corazón, pensando que había caido en un arbol del bosque de detrás de la casa.

La respuesta de Anabel fue diferente. Escuché sus sabanas moverse, dos pasos y de pronto sentí que con una mano me echaba a un lado para después meterse en mi cama.

- Tengo miedo, hermanito.

- Ssshhhh... –le susurré tranquilizandola mientras le acariciaba los cabellos- Todo está bien...

Sonó otro trueno. Ella se aferró a mi, juntando nuestras mejillas y nuestros cuerpos. Estiré mis piernas y ella se encajó mi verga entre las suyas. Casi sin darme cuenta, me encontré mis labios pegados a su oreja.

- Está todo bien... aquí está tu hermanito- De forma instintiva, nuestras pelvis empezaron a moverse. Yo hacía, muy despacito, hacia delante y hacia atrás, mientras ella hacía suaves movimientos circulares.

- Tu me protejes, verdad...- susurraba- Dimelo, dime como piensas hacerlo...- Tenía la voz grave y entrecortada. Nada de esa dulzura que recién había empezado a apreciar esa misma tarde. Hablaba igual que como cuando estaba en la cascada. Cuando la recordé ahí, hice un movimiento especialmente profundo que ella respondió con un gemido en toda regla.

Abrí la boca y soplé suavemente en su oreja. Noté como se tensaba y movía su cuerpo ligeramente hacia abajo, para lograr que mi verga se ajustara le acariciara el sexo. Lo noté empapado. Saqué la lengua y recorrí con su punta aquella cavidad laberintica, aquellos recovecos carnales que tanto parecían excitarla.

Sobre el murmullo constante de la lluvia escuchaba sus mudos gemidos, pero sobretodo sentía su cuerpo vibrar pegado al mío. Me besó el pecho y las tetillas, me arañó el estomago y finalmente agarró mi polla con ambas manos y se la restregó por el clitoris, mientras me levantaba y bajaba la piel del capullo.

Mi querida hermanita me estaba haciendo una paja de campeonato en su hermoso coño. Yo la dejaba hacer, incapaz de creer que todo aquello estaba pasando. Y menos que me pasara a mí.

Anabel parecía absolutamente fuera de control. Me mordía la piel del pecho, y de vez en cuando escupía un poco de saliva sobre mi cuello para recogerlo con la lengua.

- dime- me susurró enloquecida.- dime que puta es tu hermana. Dime como te gusta que tu hermanita te toque y tu acaricie...- Yo no atinaba a poder decirle nada. Solo gemía, bien bajito para que no nos oyeran. Finalmente me acordé que tenía manos y un hermoso culo que sobar. Le agarré ambas nalgas y las empecé a pellizcar y sobar con las manos abiertas. Ella levantó la cabeza y me miró. Y en su mirada leí un deseo desbordado, una mente tomada por la lascivia.

Y me vine.

El orgasmo fue tan inesperado como electrizante. Estuve como medio minuto con los ojos en blanco. Con el flash de un relampago, vi que mi hermana se llevaba la mano llena de leche a su boca y la degustaba eroticamente.

- Uyyy... que se ha ido. Uyyy hermanito, que has tenido un orgasmo.... y que vamos a hacer, ahora?

La miré. Me miraba tiernamente. Me arregló los cabellos con amor mientras con la otra mano seguía agarrada de mi verga. Ésta, inmune, no había perdido ni un ápice de su dureza tras correrme.

- Ahora va a resultar que tengo un semental en casa... – Quise decirle que no, que es que estaba muy excitado y que eso a veces me pasaba, pero solo me salió una sonrisa. Ella me agarró la mano y la acercó a su boca, para después cruzar su cuerpo hasta llegar a su sexo.

- Ahorita, hermano- dijo con la voz más sensual que he oido en mi vida-, me la vas a meter.- Y se puso de lado, dandome la espalda. Yo me pegué a esa espalda de diosa, y ajusté mi entrepierna a su maravilloso culo. Con mi otra mano le acariciaba, bajo su eficiente guía, los labios de su empapada vagina.

Acerqué mi verga por detrás cuando ella me detuvo.

- No, no... por ahí no. Que tu ya puedes ser un papa y yo una mama. Por donde sale la caquita... así, hummm....- Reorienté mi miembro hacia el nuevo objetivo- Uyyy... si, no toda de golpe, poco a poco... uyyy... que bien se siente, así, la punta. Ahora espera... uy...hummm...hermanito, hermanito, quien lo hubiera dicho que tu me ibas a dar .... ayy...- empecé a moverme en circulos- ufff... que bien lo haces... lo vamos a pasar en grande tu y yo... ahhhh...- El agujero se iba dilatando. En un momento dado, me abalancé sobre su cara hasta lograr alcanzar su oreja. La engullí entera, entre mis labios y moviendo freneticamente la lengua por todos sus rincones. Anabel sucumbió al ataque y movió de un solo su culito hacia atrás, logrando empalarse con mi verga hasta que mis testiculos chocaron contra su vagina. Emitió un aullido que un trueno, complice, enmudeció.

- Ohhhhhhhhhhhhhh hhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh..... ................!!!!!!! !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

- Mi putita, quieres mi lechita? La quieres? – Mi hermana empezó a tener espasmos. Estaba completamente fuera de si, golpeando el colchón con una mano mientras con la otra se acariciaba, ya sin mi torpe ayuda, su concha freneticamente. Todo su cuerpo temblaba, al igual que el mío que lanzaba estocadas a tan preciado blanco.

Tras una ultima tensión, mi hermana, de pronto, como que se quebró. Todos los musculos de su cuerpo quedaron totalmente muertos: los brazos caidos, las piernas inertes, el cuello caido. Cambié de ritmo y continué, con mi verga en su culo, bombeando muy suavemente.

Emitió un larguisimo suspiro y, al cabo de poco, anduvo de vuelta moviendo sus caderas siguiendo mi ritmo y sin repetir "si, si, si..."

Estuvimos mucho rato así, follando muy lentamente. Al final, me pidió que la sacara. Se giró, me acostó bocaarriba, y gateó encima de mi hasta llegar a mi pene bamboleante. Lo tomó con ambas manos y, con gran sorpresa de mi parte, se lo metió entero en la boca. Lo empezó a chupar muy rapido, moviendo solamente su cuello.

En menos de un minuto, sentí que la habitación se desvanecía y surcaba las estrellas catapultado por una fuerza llamada orgasmo. Temblé desde la cabeza a los pies, viendo como mi hermana, sentada a mi lado, movía su cabeza y recibía toda mi leche en su boca de dientes perfectos y lengua juguetona.

Lo limpió bien y, toda satisfecha, se arrebujó a mi lado, aferrada a mi brazo. Yo, agotado, me dejé llevar por un sueño dulzón y embriagador absolutamente incrédulo de lo que había pasado.

Al final, se volteó y me dio un dulce beso en los labios.

-Hermanito, ya no tengo miedo de la tormenta. – Y ya entresueños noté como se deslizaba hacia su cama.

Capitulo 2

La mañana llegó con la voz de mi padre.

- Chicos! Arriba!- La puerta abierta como un vendaval y en el marco mi padre que nos miraba vestido de boy scout.- Mirad que día hace...- Prácticamente estaba gritando. Yo me incorporé sobre un codo y dejé que mi vista se perdiera por la ventana. Anabel, desde la otra cama y con peor humor, agarró un zapato y se lo lanzó.

Sonreí. Pero en apenas un instante, se me quedó helada la mueca en la boca. Mi padre, esquivando el proyectil, se abalanzó sobre ella chillando como un histérico. Mi sorpresa duró lo que tardó en revolcarse con mi hermana, mientras su cama se volvía en un amasijo de piernas, brazos, nalgas brillantes y ruidos de risas y pequeños chillidos.

Yo permanecía allí, con los ojos hinchados y la cabeza abotargada, viendo como mi padre aplastaba pechos, culo y cara de mi hermana bajo la excusa de estar haciéndole una batalla de cosquillas. Recordé de pronto que, apenas hacía unas horas, había tenido ese cuerpo cerca, muy cerca. Y hasta había estado en su interior. Se me endureció el miembro.

Anabel, pronto, se puso furiosa. No sé si vio lo mismo que yo, aunque por razones obvias pienso que sí, que notaba las manos rápidas y firmes de mi padre sobarle todo el cuerpo. En unos segundos, mi padre se incorporó con la cara roja y anunció, recuperando la compostura y cual anuncio televisivo:

-nos vamos al lago. Osease a despertarse.- Y dicho esto, se fue. Yo encogí los hombros y me quedé mirándola como se desperezaba estirada en la cama. Su piel brillaba con el sol matutino.

- ¿Tu encuentras esto normal?

- No, hermanita. Claro que no... pero...- Ella se había levantado y pude disfrutar de una hermosa visión de su entrepierna debajo de su corta camiseta. Tenía los pelos de su sexo rizados, cortos, cortados con esmero. Contrastaba esta mata sobre su blanca piel adolescente. Ahí me quedé, embobado, viendo el espectáculo un buen rato. Ella, obviamente, se dio cuenta y me sonrió. Se sentó en el borde de la cama, con las rodillas muy separadas y las manos en jarras. Sus redondos pechos se apretaban contra su ropa por la postura de sus brazos en su camiseta.

- ¿Tienes curiosidad sobre esto, verdad?- Me dijo clavando sus pupilas marrones en las mías. Más que curiosidad era pura excitación. Tenía la verga levantada, haciendo la tienda de campaña en las sabanas.

- Sí. Nunca había visto antes una. De tan cerca, me refiero.- Ella entrecerró los ojos y se dibujó una sonrisa malvada en su cara

- Pues si quieres, esta noche te hago un curso. – Y acercándose su dedo índice a su preciosa vulva añadió- Un curso practico. Sobre lo que se debe y lo que no se debe hacer aquí abajo.

Apenas podía quitarle ojo de encima, pero los ruidos de la planta de abajo anunciaban que el resto de la familia ya estaba en marcha. Mi hermana, con una tremenda mirada maliciosa en los ojos, acarició con la yema de su dedo sus gruesos labios vaginales. Al cabo de unos segundos, percibí claramente como iba apareciendo un pequeño brillo blancuzco en ellos. Supongo que el morbo de que nos descubrieran a través de la abierta puerta del dormitorio la excitaba. Al menos a mí lo hacía.

Repentinamente se puso de pie otra vez. Se acercó a mi y me besó tiernamente en los labios.

-Te quiero, hermanito.- Yo hice que sí con la cabeza, notando de golpe que mi vista se había enturbiado, y tenía la cabeza como embotada. –Habrá más. No te preocupes...

Y con esta promesa, empezó uno de los días más extraños de mi vida...

El desayuno familiar fue un ritual que se desarrolló entre risas y miradas cómplices de todos los miembros. Anabel disfrutaba de un excelente humor, cosa rara en ella. Parecía que la sesión de intimidad que habíamos mantenido la noche anterior, y las expectativas de que se iba a repetir todas las veces que quisiéramos, había contribuido a mitigar su habitual mal humor adolescente.

Mariluz, mi madre y mi padre celebraban este cambio de humor de la mediana estando, también en cierto estado de gracia. Fue uno de los mejores ratos que recuerdo haber pasado con ellos... comentarios achispados, miradas llenas de amor... hasta mis padres, que llevaban una época muy extraña, se tocaban y se besaban.

Al terminar, recogimos la mesa en un instante y Mariluz se puso a lavar los platos. En un momento dado, me acerqué a guardar la mantequilla en la nevera. Entré en la cocina y allí estaba, de espaldas a mí en la pica, con la luz de la ventana haciéndole un contraluz que resaltaba su rellenita figura. Vestía una fina bata de dormir, y al moverse mientras fregaba los cacharros ésta se movía. Me quedé allí, un par de segundos, con la nevera abierta, y la mirada fija en su curvada espalda y su redondo trasero. Pensé en la noche anterior, y en como había penetrado a Anabel, por ese hoyito tan hermoso. Me pregunté si el de Mariluz sería igual... la verdad es que el trasero era más bonito, más grande.

De pronto Mariluz lanzó un gritito que acompañó con ruidos de cristales rotos. Di dos pasos y me coloqué detrás suyo, preguntándole que había pasado.

- Nada, se me roto un vaso. Auch!- Tenía el dedo índice manchado de sangre.

- ¿Te cortaste?- pregunté constatando lo evidente.

- Sí...- En ese instante entró mi madre.

- Que ha pasado? Ay dios... espera, que voy por el botiquín.- Y volvió a desaparecer. Entonces me di cuenta de que estaba muy cerca de Mariluz. Apenas unos centímetros separaban la punta de mi glande de su culo. Glande que, por cierto, sí se había percatado de la cercanía y había levantado la cabeza intentando acortar la distancia.

La sangre continuaba manando. Por encima de su hombro distinguí un corte poco profundo pero bastante largo. Mi hermana lo miraba como hipnotizada.

- Deberías ponerlo bajo el grifo- le dije, muy bajito, como para que se percatara de lo cerca que yo estaba de ella.

- Mejor me lo chupo- dijo de pronto, como despertándose- la saliva es un gran desinfectante natural. – Sentí algo moverse en mi barriga, mientras mis ojos se entornaban y mi cuerpo se inclinaba hacia delante, muy a mi pesar. Al mirar para abajo, me di cuenta que ya apenas medio centímetro separaba mi erguido mástil del tierno trasero que tenía frente a mi. Atontado, reseguí con la mirada su delgado cuello y el inicio del canalillo de sus tetas, que se perdían entre los pliegues de la bata. Veía su pecho subir y bajar. El pelo recogido en un pequeño moño, la piel blanca, la nariz ligeramente aguileña.

La boca de labios carnosos y abundantes se abrió para dejar pasar ese dedo índice lleno de sangre. Con un movimiento de succión de sus labios, empezó a mover el dedo para delante y para atrás, con un suave gorgojeo muy sensual.

Y de pronto giró la cabeza y clavó sus ojos en los míos.

En la cercanía, me sentí desfallecer.

Nada de esa chica inocente medio hippy que cantaba canciones protestas. Tenía, a escasa distancia de mi cuerpo y de mi polla, una hembra casi en celo. La inocencia por la lujuria. La bondad por la travesura. A su dedo le imprimió un movimiento circular que hizo aparecer un destello brillante en la comisura de su labio.

Me perdí en sus pupilas por unos segundos.

Lo que tardó mi madre en entrar echando lamentaciones y quejas y, de paso, rompiendo el sortilegio que había unido a ambos.

Me aparté en silencio mientras mi madre tomaba cargo de la situación y cubría ese dedo de apósitos.

Me fui, con la cabeza confundida y el corazón latiendo a mil.

En el coche mi padre puso un cd de música bien alegre. Yo iba en el asiento de atrás, entremedio de mis dos hermanas. Toda la familia pertrechada de los utensilios para pasar un buen día en un lago cercano que nos había recomendado Joaquín: sombrilla, toallas, caña de pescar, crema solar, unos sándwich, bebidas, palas para jugar. Y Poca ropa. Muy poca ropa.

Hasta mi madre se había puesto un bikini que me dejó apreciar unas carnes todavía muy esplendorosas por sus cuarenta y poco años. Mariluz y Anabel parecían haber hecho un concurso para ver quien enseñaba más. Y la verdad es que estaba el tema muy reñido.

Al subir al coche, Anabel se había puesto la toalla encima las rodillas, cubriendo parte de sus piernas y de las mías. Aprovechó esto para deslizar sus dedos encima de mi piel, y para acariciar mis vellos, estirándolos de vez en cuando. No os escondo que la situación me estaba poniendo a mil: mientras mi padre manejaba, mi madre buscaba el famoso lago en el mapa y Mariluz comentaba que ya no podría tocar la guitarra por unos días y que, por tanto, habría de buscarse otro pasatiempo para el fin de semana, Anabel me acariciaba en silencio logrando que casi me corriera solo tocándome los muslos.

De vez en cuándo mi padre me echaba miradas extrañas por el retrovisor, como si intuyera o sospechase que algo pasaba. Hasta en un momento dado, movió un poco el espejo para tener a Anabel en su ángulo. Ésta, notando el cambio, se relajó un poco y me dejó tranquilo.

Al fin llegamos, asombrándonos de lo bonito del paisaje, y comentando la suerte de que no hubiera mucha gente. Aparcamos el coche en una explanada con muchos pinos y, en un santiamén, todos llegamos a la orilla del lago montando un precario pero completo campamento base.

Pronto estuvimos todos en el agua, chapoteando y riendo abundantemente, haciendo pequeñas guerras de ver quién ahogaba a quién, y todas esas cosas que se hacen cuando se combina la alegría, con el calor y el agua.

Me sentía muy bien. Era raro, pero todo era como extrañamiento natural. Toqueteaba a Anabel bajo el agua, mientras ella llenaba su boca de agua y me la escupía en la cara. Entonces Mariluz la agarraba por detrás y le hundía la cabeza. Anabel buceaba y pasaba entre mis piernas, tocándome la entrepierna mientras Mariluz se me echaba encima con un grito de guerra, intentando ahogarme también a mi. Yo repelía el ataque anteponiendo mis manos, que pronto sentían el contacto de su tersa barriga y, casi sin querer, rozar sus pechos. Al final yo lograba ahogarla a ella...

Y así estuvimos un buen rato. Mis padres, tras un corto chapuzón, se habían sentado en la orilla, viéndonos.

Cuando salimos del agua, mi padre dijo que Joaquín le había recomendado unas rocas para ir a pescar, lejos de la zona de bañistas, y que si alguien le quería acompañar. Al decir esto, clavó su mirada en Anabel, que aunque remoloneando, se levantó armada de su libro y una toalla. Al cabo, los dos se perdieron entre los pinos que bordeaban la pequeña playa.

Mi madre, a su vez, dijo que se iba a nadar. Mariluz y yo nos miramos. Mi madre había sido nadadora profesional, llegando a participar en unos juegos olímpicos en los setenta. Sabíamos que cuando decía eso, probablemente estaría como dos horas en el agua, recordando sus tiempos de joven y acabando con una escena de lloros y maldiciendo el paso inexorable del tiempo. Encogimos los hombros y le recomendamos que no cruzara todo el lago, que a saber lo que habría al otro lado. Mi madre sonrió y, antes de echarse al agua, comentó:

-Sed buenos.

Yo la miré extrañamente. Y Mariluz rompió en carcajadas...

Solos mi hermana y yo, estiré mi toalla sin poder quitar de mi cabeza la imagen de los carnosos labios de Mariluz chupando su índice. También sentí pequeñas ráfagas de memoria de la noche anterior, en que la piel de Anabel, mi otra hermana, rozaba con la mía, uniéndose los vellos de ambos y acariciándonos todo lo que quisimos. Me estaba perturbando por toda la situación... como si me hubiese metido en un remolino que daba vueltas y más vueltas. Y lo que más me sorprendía era la naturalidad con lo que estaba pasando todo. Nada de resentimientos, ni de malas conciencias.

Mis ardores adolescentes se encargaban de silenciar todas esas molestas sensaciones.

Me di cuenta, tumbado, que el bañador me estaba apretando. Abrí los ojos sorprendido... ahí estaba ella, mi herramienta, otra vez en pie de guerra. Miré a Mariluz con disimulo, vislumbrándola bajo unas enormes gafas de sol, regalo de mi madre, que abstraída leía una revista.

La luz del sol era tan fuerte que me obligó a entrecerrar los ojos.

Me di vuelta, quedándome la barriga en el suelo, y con toda la discreción de la que fui capaz me puse mi polla de tal forma que no me molestara.

Mariluz cerró la revista mientras lanzaba un largo suspiro.

- Que calor... y como se está poniendo el sol...- Se puso de medio lado, buscando algo en su bolsa de mano. No me perdía detalle de sus gestos, ni del suave bamboleo de sus pechos, más grandes que los de Anabel, mientras se movía. Se incorporó de nuevo sosteniendo con las manos un pote de crema solar. Con cierta elegancia en la que nunca me había fijado, lo destapó, se echó un poco en los dedos, y se empezó a untar los brazos. Luego vinieron los pies, los gemelos y finalmente abrió de par en par las piernas para dejar sus muslos brillantes y húmedos. Se volvió a recostar en la tumbona donde estaba sentada, con la mirada, bajo las gafas de sol, perdidas en el horizonte.

- Que tal, hermanito?- Me preguntó sin mover la cabeza.

- Bien- le dije haciéndome el medio dormido.- LA verdad es que me lo estoy pasando muy bien.

- Claro, estás en una edad en que todavía te diviertes yendo con la familia. Disfrútalo... en uno o dos añitos, ya te aburrirás y preferirás otras cosas.

- Otras cosas? No sé, la verdad es que me gusta mucho estar aquí, con vosotros, haciendo un poco de todo. Además, está siendo un fin de semana muy...

- Muy qué? – Me preguntó mientras se enderezaba y me miraba fijamente, levantando para hacerlo sus gafas.

- Nada, chica, nada...- Jamás le podría contar lo que había acontecido la noche anterior con Anabel. Creí que no lo entendería. Como si me hubieses leído la mente, añadió para mi desasosiego:

- Solo te digo que cuando llega cierta edad, dejamos de querer unas cosas para querer otras, muy distintas. Si no, mira Anabel.- La miré estupefacto. Se había vuelto a recostar y hablaba mirando al cielo.- La pobre se aburre como una ostra. Preferiría estar en una discoteca, con muchos chicos revoloteando alrededor, de reina de harén...

- Pues no sé que decirte. Creo que también se lo está pasando muy bien.- En mi tono de voz, me di cuenta que se podía leer una certeza encerrando algún secreto, algún conocimiento privilegiado. Y con lo audaz que era mi hermana, estaba claro que lo habría agarrado al vuelo. Intenté pasarle el balón a ella para que dejara de pensar en Anabel.- Y mírate a ti... bien me parece que te lo estás pasando en grande.

- Eso es distinto. Cuando llegas a cierta edad, te vuelven a gustar las pequeñas cosas. Y tus recursos para encontrar placer son más amplios.

- ¿Cómo?- le pregunté sorprendido por eso de "encontrar placer". Mariluz se movió nerviosamente. ¿Había sido un desliz, un globo sonda para ver como reaccionaba?

- Me voy al agua.- Se levantó y corriendo se tiró al lago. Yo me la quedé viendo, muy sorprendido. Me senté en la toalla buscando algo en qué entretenerme. Sobre su silla, había dejada la revista abierta. Curioseando, vi que la pagina en que estaba abierta era un articulo titulado "100 maneras de Excitarlo".

No entendía nada de lo que estaba pasando. Era como si todas las relaciones familiares se hubieran trastocado. Anabel conmigo, mi padre con Anabel, Mariluz con ambos, yo y Anabel... se estaba formando una curiosa y fuerte relación entre todos que iba más allá de lo estándar, de lo que siempre habían sido nuestras relaciones. Yo contemplaba este proceso entre curioso, analítico y participante.

Ahí estaba Mariluz, flotando en el agua. Y yo estaba sentado en la orilla, con una buena erección, reforzada por los consejos de la revista. Rememoré la escena de la mañana: Anabel enseñándome su precioso sexo y, luego, Mariluz chupándose el dedo, con su mirada clavada en mi y sus labios con un poco de sangre. Me los imaginé alrededor de mi glande, succionándolo, comiéndoselo entero, como si fuera un helado, haciendo ese ruidito que Mariluz siempre hacía al comerse uno. Con sus ojitos de niña buena desprendiendo esa lujuria que había podido entrever apenas hacía un par de horas, pero este vez aumentada y corregida por mi polla en su boca, con sus manitas de música agarrándome el talle y los pezones de sus senos generosos apuntándome directamente, como dos flechas de ternura y lascivia, dos sentimientos que ya había encontrado mezclados, a pesar de mi corta edad, en mis primeros besuqueos en discretos rincones de las salas de baile.

Agua. Alguien me estaba mojando.

Era Ella. Ella.

Y cuando la vi en la orilla, con el bikini apretado, el agua por todo su cuerpo, los miembros fuertes pero suaves, la piel blanca y brillante, la sonrisa luminosa y la mirada clara, entendí que ella me amaba, y que nada malo podría pasar si yo intentaba algo. Nada en absoluto.

Volvió a mi lado sonriendo picaronamente. Yo tenía el ceño fruncido, en una mueca que intentaba, aunque mi amplia sonrisa lo desmintiera, decirle a Mariluz que estaba muy enojado por el agua que me había lanzado.

Estiró su toalla, muy cerca de la mía, para acostarse en ella de espaldas. Sus movimientos eran armoniosos, como calculados. Mientras lo hacía, varias veces me rozó de una u otra forma. Al final, acabó estirada panza abajo, con los codos apoyados en el suelo, el culo al aire y la espalda curvada en sinuosa forma ascendente. Se volvió a poner las gafas de sol sin mudar la sonrisa de su rostro.

Yo continuaba sentado, cubriéndome la erección que tenía con mi camiseta. La miré embobado, mientras ella me sacaba la revista de las manos y se la ponía debajo las narices. Quería decirle algo, aunque no me acababa de atrever. Para mí, la tensión sexual del momento era tan evidente que me daba hasta corte hablar. Finalmente, le dije como por decir algo:

- Te vas a quemar. El sol está muy fuerte.- Ella levantó la mirada respondiendo:

- Tienes razón. Porque no me pones crema en la espalda...- la miré con los ojos fuera de órbita. Logré balbucear algo incomprensible y agarré el pote de crema de su bolsa. Desde dónde estaba, le eché un buen chorro en la espalda. Al hacer esto, percibí claramente como su piel se erizaba por la frescura del liquido viscoso y blanco. Abrió más sus brazos, apoyando la cabeza en la toalla y quedándose totalmente quieta.

Miré mi mano mientras la acercaba a su piel: temblaba. No lograba que dejara de hacerlo por más que intentaba poner mi mente en blanco. Ella emitió un largo suspiro, que entendí, equivocadamente, como de impaciencia.

Entonces acerqué mis yemas al charquito de crema que se había formado en la parte baja de su espalda. La empecé a esparcir muy lentamente, apenas tocándola. Su piel se volvió a erizar, pero esta vez de forma mucho más notoria. Emitió otro largo suspiro. Mi verga estaba a punto de estallar.

Mis gestos aumentaron en extensión, aunque siempre de forma muy suave. Iba trazando círculos cada vez más amplios desde el chorro de crema, tocando cada vez más piel, pero siempre apenas rozándola con la punta de mis dedos. Finalmente los círculos llegaron hasta la tira de su bikini. Cuando esto ocurrió ella, sin decir nada, simplemente se lo desabrochó, dejándome su espalda totalmente desnuda. Yo, creciéndome, me senté a horcajadas sobre su redondo trasero y, desde esa posición privilegiada, continué con mi masaje, que ya ultrapasaba totalmente cualquier excusa de "poner crema" para ser caricias directas e indirectas en toda su tersa piel. Le acaricié, los dedos llenos de crema, la parte alta de la espalda, los homoplatos, recorrí vértebra por vértebra, las axilas; le acaricié los costados de los pechos, y le hice cosquillas en la nuca, estímulo al que ella respondió con una risita ahogada.

Mi erección era tan fuerte que el traje de baño debía hacer esfuerzos para no reventar.

Escuchaba su respiración cada vez más fuerte, así como mis caricias. Fue así como pasé de tocarle con mis yemas a hacerlo con la palma de mi mano, recorriendo grandes distancias de su espalda en la que mis dedos iban caminando y ejercía cada vez más fuerza. De arriba abajo. De izquierda derecha. Y viceversa.

Me tiré un poco para atrás, sentándome en sus muslos.

Ella abrió un poquito las piernas sin decir nada.

Eché un poco más de crema en la parte baja de su espalda, y de ahí me dediqué a tirar para abajo.

La primera vez que le acaricie las nalgas a Mariluz, mi hermana, ella dio un pequeño respingo, pero no dijo nada. Envalentonado, volví a subir a sus caderas y de ahí fui bajando por sus muslos por su parte externa. A medio camino, me dirigí al centro, coronando su maravilloso trasero y ya tocándolo, sin ningún pudor por mi parte, y ninguna objeción por la suya.

La piel de aquí era extraordinariamente suave. Sentí la suave carne deformarse bajo la presión de mis dedos para, una vez pasaban de largo, volver a tener su forma redondeada y perfecta.

Ella gimió.

Mis dedos recorrieron la veta del bikini, buscando un lugar apropiado por los cuales introducirse, aunque sin hacerlo. Todavía.

Abrió un poquito más sus muslos.

Los reseguí hacia abajo, levantándome un poco al hacerlo. Eran duros, firmes, pero generosos y de una suavidad extraordinaria.

Le temblaban un poquito.

Cuando llegué a sus rodillas, invertí la dirección de mis caricias y fui para arriba, pero esta vez por su interior. A medida que subía, más y más calientes estaban. Finalmente, a escasos centímetros de su sexo, me detuve y ella abrió los labios para gemir muy, muy suavemente.

Ronroneó como una gata.

Posé mi dedo índice encima de su bikini, justo allí donde se dibujaban sus labios. Volvió a dar un respingo, pero abrió un poquito más sus piernas, tirando el cuerpo ligeramente para abajo.

Y me corrí. Fue tan sorprendente, tan increíble, que apenas pude hacer nada más que sentirlo. Me arqueé para atrás, tomando aire, y luego me derrumbé sobre ella, juntando nuestras pieles y jadeando como loco. En mi vida me había corrido así, sin tocarme, sin acariciarme siquiera. Mi mente se había puesto tan enferma que no necesité ningún estimulo... solo de pensar en lo que estaba haciendo, ya me había bastado para llegar al éxtasis.

Ella levantó un poco la cabeza, quedando ambas muy cerca una de la otra, y con una sonrisa divertida en el rostro. Me miró.

- No me vas a dejar así, verdad?

Con delicadeza me quitó de encima y me puse a su lado, un poco desorientado. Ella me indicó que me pusiera de costado, mirándola, mientras ella hacía lo mismo. El sujetador del bikini cayó, mostrando sus preciosos y abundantes senos. Se agarró uno con una mano y me lo ofreció muy despacio, mordiéndose el labio con los dientes, acariciándose la barriga con la otra mano.

El pezón grande y morado me miraba desafiante. Me acerqué a él lentamente, entreabriendo mi boca, listo para saborearlo. Ella movió la cabeza afirmativamente mientras recorría la pequeña distancia entre su corona y mis labios.

El enganche fue perfecto. Con la punta de mi lengua jugueteé los escasos instantes en que tardé en metérmelo entero en mi boca. Pronto, estuve succionando todo el pecho que podía caber en mi boca.

Agarró mi mano entre gemidos y la bajó, recorriendo por el camino abdomen y vientre, hasta su sexo. Ella misma levantó el borde de su bañador y me deslizó allí dentro, donde encontré los primeros pelitos de su monte Venus totalmente encharcados. Continué bajando. Ella, por detrás, se bajó la prenda hasta medio muslo, dejándome total comodidad para recorrer la parte superior de estos.

Su rajita estaba caliente y húmeda. A Anabel no había tenido la oportunidad de tocársela, al menos no de esa manera. Todo lo que estábamos haciendo tenía un aire muy tierno, muy intimo, que con Anabel había brillado por su ausencia.

Todo era tranquilo, una cosa tras otra. La cara de Mariluz no reflejaba esa lujuria salvaje de mi otra hermana. Reflejaba paz, amor, un cariño enorme de compartir algo grandioso. Esa mezcla tan especial de lujuria y ternura, que, sinceramente, pocas veces he vuelto a experimentar con otra mujer.

Mariluz se sentía la maestra, la que guiaba al novel, la que mostraba un secreto. Y lo hacía de forma abierta, sin complicaciones, sin tabús, lentamente, para que yo pudiera asimilar todos la sabiduría que me transmitía despacio, sin prisas.

Con la parsimonia que estaba pasando todo, me dediqué a explorar lentamente su sexo. Con su pecho en mi boca, recorrí sus labios arriba y abajo, aparté pelos y los separé, intenté meter un dedo por su vagina; cosa que casi pasa sola por su lubricación.

Sentí sus dedos mostrar a los míos donde tocarla, como hacerlo, la cadencia, la suavidad para acariciar su clítoris, la intensidad, mayor, para tocar sus labios. Su sexo era como un libro abierto del cual yo quería conocer todos sus rincones, todas sus paginas.

Quería adentrarme en él y cruzar paisajes y lagos, dialogar e intercambiar, soñar y hacer realidad.

Ella empezó a pedirme más. No a gritos, no por la boca, sino con sus gestos, con su cuerpo. Más rápido, más intenso.

Cambié el ritmo, lo ajusté a sus demandas. Ella movió las caderas, acompañándome.

Sacó su pecho de mi boca y me agarró la nuca, acercando sus labios a los míos.

Y mientras se corría con cada músculo de su cuerpo, me dio un beso dulce y húmedo en los labios con los ojos muy muy abiertos.

Luego, casi desfallecida, me susurró:

-Hermanito, creo que ya tengo ese nuevo pasatiempo que buscaba para este fin de semana.- Y ante mi cara de perplejidad, levantó su dedo índice muy lentamente, y se lo chupó con una sensualidad que me hizo entrar, otra vez, en pie de guerra.

Por jjmolay

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