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viernes, 13 de mayo de 2022

El Príncipe de la perversión

 

Durante el crecimiento de todas las niñas, llega un momento en el que reciben la visita del “Príncipe de la perversión”. Esto suele suceder una de esas noches en las que cualquiera de ellas recrea en su mente todos esos estímulos que ha recibido durante el día, a través de lo que haya visto, oído, o de esas conversaciones que se empiezan a tener entre las amigas.

A veces sucede antes, otras después, pero siempre marcan un antes y un después en sus vidas. Su inocencia empieza a perderse para siempre cuando sus dedos se ponen inconscientemente a acariciarse la vagina, pensando en esas cosas que han provocado un cosquilleo en ella, un picor que no consiguen calmar y un rubor que se extiende por su cara, tensando su cuerpo hasta a veces hacerlas desvanecer.


Todas las mujeres hemos recibido la visita de este Príncipe, que a veces aparece en nuestros sueños, en esos primeros sueños eróticos que se tienen, tan confusos que a veces no sabes si son realidad, porque tu cama aparece mojada, tu vagina pegajosa y no entiendes lo que ha pasado, pero te sientes muy bien, relajada, como flotando sobre la cama, ausente cuando tu madre te grita para que te levantes para ir al Colegio.

Pero la noche siguiente vuelves a recibir su visita. Tus dedos vuelven a acariciar tu vagina, sintiendo ese placer que se vuelve adictivo, hasta conseguir esos primeros orgasmos, con mil imágenes en tu mente recreando a ese Príncipe haciéndote el amor.

En una ocasión, tus gritos de placer los escucha tu madre y pensando que tienes una pesadilla, entra en tu habitación, y te encuentra en la cama con las piernas abiertas y una mano en tu coño, frotándote desesperadamente, quedándose impactada en un primer momento, pero dándose cuenta después de que su niña se está haciendo mayor y al verla, sobresaltada, intenta justificarse con la ingenuidad de la edad, adelantándose a tus preguntas, como me sucedió también a mí con mi hija:

—¡Mamá! Es que por las noches me visita el “Príncipe de la perversión”.

—¿Qué estás diciendo? ¿De dónde has sacado esas cosas?

—Sí, es que papá me contó un cuento, sobre un Príncipe que visita a las niñas por las noches.

Yo pensé que se trataría de cualquier cuento sobre Príncipes que se cuentan a las niñas, pero me extrañó eso que decía de la perversión:

—¿Y que hace ese Príncipe?

—¿Es que tú no sabes ese cuento?

—Pues, no sé. Cuéntamelo tú a ver……

Sus primeras palabras ya me alarmaron:

—Es un Príncipe que tiene el pene muy grande y sienta a las niñas sobre él, empezando a moverlo como si fuera un caballito, dándolas mucho gusto entre las piernas.

—¿Eso te contó tu padre?

—Sí, el cuento es así. Mientras me lo cuenta, me sienta sobre él y me acaricia la vagina para que viera como se sentían esas niñas.

—¡Ah!, ¿sí?  —¡Vaya con mi marido….!—. ¿Y a ti te gustaba eso?

—Sí, claro, por eso me lo estaba haciendo yo cuando entraste.

Desde luego, tendría que hablar con mi marido. Estaba pervirtiendo a nuestra hija con un cuento inventado por él, para poder sobarla a su antojo.

Pero cuando se lo comenté, intentó excusarse, diciéndome que eso eran imaginaciones de la niña, que estaba en una edad en la que ya empezaba a calentarse y al pillarla masturbándose, se inventó eso.

Yo no me quedé muy convencida, pero no tenía por qué dudar de mi marido ya que todas hemos sido niñas y sabemos cómo trabaja la imaginación en esas edades, pero mi ausencia por las noches debido a mi ocupación como enfermera, no me permitía estar pendiente de esos momentos en los que mi marido se quedaba al cuidado de la niña.

Un día al llegar a casa, después del trabajo, entre en la habitación de mi hija, para ver cómo estaba y me sorprendió verla durmiendo sin braguitas sobre la cama, un poco revuelta, pero con el calor del verano, la verdad es que sobraba toda la ropa, aunque no podía imaginarme que eso fuera debido a que hubiera tenido una sesión de sexo con su padre.

Durante los siguientes días, fui consciente de las continuas masturbaciones de mi hija, en el baño y en su cama, pero prefería dejarla y no intervenir, hasta que en una ocasión la pregunté:

—¡Cariño!, ¿sigues recibiendo esas visitas del “Príncipe de la perversión”?, como lo llamas tú.

—Sí, me visita todas las noches y me hace cosas ricas…..

—Pero… ¿qué cosas?

—Me chupa la rajita, me mete la lengua y me da mucho gusto, me deja lamer su verga hasta que me da su leche y me dice que un día me va a follar.

—¡Por Dios! ¿Qué lenguaje es ese?

—Así hablan mis amigas del Colegio.

—¿Es que ya habláis de esas cosas?

—Sí, a muchas les pasa lo mismo que a mí.

—¿Les visita ese Príncipe también?

—Eso dicen…..

Quizás mi hija ya tuviera edad para empezar a experimentar esas cosas, pero no acababa de entender quién era ese Príncipe, si eran sueños de mi hija o era alguien real que se estaba dando el gusto con mi hija, pero ¿Quién podría ser? ¿Mi marido….? Por ese motivo, decidí comentarlo con otras madres de las compañeras de mi hija:

—¿Vosotras conocéis el cuento del “Príncipe de la perversión”?

—Sí, jaja, es el cuento de moda entre las niñas. Además, fue tu hija la que se lo contó a las demás, y ahora andan todas alborotadas.

—¿Y a vosotras os parece un cuento adecuado para sus edades?

—Tú sabrás. No sé de donde lo habrá sacado tu hija o quien se lo ha contado.

Yo me estaba muriendo de vergüenza. Cómo les iba a decir que ese cuento era cosa de mi marido y por culpa de él, mi hija estaba pervirtiendo a sus compañeras de clase y las madres haciéndome responsable de ello; hasta que intervino Clara, madre de otra niña también, que es Psicóloga y que intentó ayudarnos a comprender lo que estaba pasando:

—No es culpable nadie, es un proceso natural por el que las niñas, al llegar a unas edades, empiezan la exploración de sus cuerpos, descubren el placer y empiezan a estimularse una y otra vez para conseguir esa sensación que les es tan agradable. A veces, los padres, les hacemos sentirse culpables a ellas de buscar ese placer que les resulta tan rico, lo que las desconcierta, por lo que su imaginación les hace inventarse personajes de cuentos para que todo eso sea más comprensible para ellas y puedan justificarse ante nosotras.

—Que bien explicas las cosas, Clara. ¿Y cómo hicisteis  con tu niña cuando entró en ese proceso?

—Actuar de la forma más natural posible. Yo empecé a notar como mi hija empezaba a acariciarse la vagina. Cerraba los ojos y se aislaba de nosotros, aunque estuviéramos viéndola, porque al principio, ella no tenía ese pudor para ocultarse.

—¿La dejabais masturbarse libremente, podríamos decir?

—Sí. Para nosotros, el estar desnudos en casa no es un problema y lógicamente, llegó un momento en que a la cría empezó a llamarle la atención el pene de su padre, y en vez de ocultárselo, mi marido le permitió que lo explorara, satisficiera su curiosidad sabiendo cómo era eso tan distinto que ella no tenía, tocándolo, manipulándolo, viendo como crecía, como cambiaba su tamaño y dureza. Eso le fascinaba, era normal, pero desea forma estaba aprendiendo la mejor lección sobre sexualidad que podías enseñarla.

—Qué maravilla poder hacer las cosas así, —intervino Sofía—, pero si yo dejo a mi hija que haga eso con su padre, no sé si aguantaría mucho sin correrse, jaja.

—Eso es bueno también. Que vean las consecuencias de lo que hacen y de como lo hacen.

—Pero Clara, ¿qué límites pondrías tú? Quiero decir, ¿qué pasaría si tu hija se sienta encima de la polla de su padre y quiere metérsela?

—Eso ya dependería del acuerdo que tuvieran los padres.  A las niñas se les pueden poner unos límites, pero los padres deben estar preparados y mentalizados para lo que pueda suceder. Yo no puedo hablar de lo que pasa en mis consultas, pero os puedo decir que he tenido de todo. Algunas madres estaban muy confundidas, porque estaban permitiendo que sus hijas follaran con su padre y nadie las había educado para algo así. Por eso, este proceso natural es un problema de educación, sobre todo, para que las niñas no necesiten inventarse a esos “Príncipes de la perversión”.

Clara era una Psicóloga perteneciente a los llamados “Psicólogos liberales”, estudiosos de la corriente de la psicología moral en los individuos, que a diferencia de la filosofía moral, es una ciencia moderna que describe y explica cómo los seres humanos piensan y sienten el ámbito de la moralidad y por qué lo hacen así.

Según esa teoría, la moralidad tiene componentes genéticos y culturales, naturaleza y entorno; instintos naturales heredados e influencias sociales adquiridas y ante el interés mostrado por nosotras por lo que nos estaba contando, Clara nos siguió explicando:

—La mente no es una hoja en blanco infinitamente moldeable sino que tiene predisposiciones innatas, algunas de ellas muy fuertes y difíciles de modificar o reprimir, pero hay ocasiones en que a causa de las disfuncionalidades o anormalidades cerebrales (por accidentes, patologías o intervenciones quirúrgicas) y las enfermedades mentales, hacen que esa moralidad genética o heredada desaparezca, o se manifieste de forma diferente.

—¡Buff!, demasiado complicado para nosotras, pero resumiendo, una vez me comentaste, que alguna vez iban a la Consulta madres que te decían que creían que sus hijas eran ninfómanas, desde edades muy tempranas.

—Sí, es cierto. Muchas madres se asustan cuando ven a sus hijas masturbarse compulsivamente o cuando se ponen encima del padre y empiezan a moverse para rozarse con él, o directamente les buscan la polla, si alguna vez  ellos se la han dado ya.

—Claro, muchos se las dan, las dejan jugar con ellas, como mi marido, que se la ponía entre las piernas y como le salía por delante, la cría me decía: —Mira mamá, yo tengo polla también, como papá.

—Son juegos que se tienen, en los que vemos que a nuestras hijas les gustan mucho y si acaban enviciándose, algunas madres pueden preocuparse, preguntándose si por culpa de ellos, nuestras hijas se podrán hacer ninfómanas.

La conversación estaba resultando muy interesante y todas íbamos participando en ella:

—Yo creo que alguna vez, todas hemos pensado eso, sin darnos cuenta de que a su edad necesitan hacer esas cosas, pero suelen ser fases que tienen que ir pasando, y la familia es el mejor lugar para que empiecen a experimentar todo eso.

—Así es, es lo que intento explicar a esas madres —continuó Clara—, pero entiendo que a veces es difícil de asumir que tu hija te eche de la cama para estar con su padre, pero así, literalmente, jaja.

—Pero ¿has llegado a ver a niñas ninfómanas?

—Sí, tuve un caso muy claro. Era una señora mayor, que no recordaba cuando empezó a masturbarse, pero me dijo que con 7, 8 años, ya empezaba a querer meterse cosas por la vagina y que buscaba desesperadamente que el empleado de su familia que la cuidaba, le enseñara la polla, a lo que en principio él se resistía, pero ante una niña pesada, cualquier hombre acaba cediendo, jaja.

—¡Qué barbaridad! Es difícil de creer eso.

—Sí, lo sé, pero puede haber casos así, y el de esta mujer fue unos de los más fascinantes que traté, porque con 60 años, seguía igual, necesitando follar con cuantos más pudiera, aparte de otros vicios más privados, digamos…… Ella misma decía que era una puta, y que la gustaba sentirse así y que los demás la vieran como tal, así que imaginaros……

Toda esta conversación había empezado a causa de mi hija, así que le pregunté a Clara:

—Todo eso está muy bien, pero yo, ¿qué puedo hacer con mi hija?

—Pues acompañarla en ese proceso que está viviendo, sin prejuicios ni tabúes, guiarla por el maravilloso camino de la sexualidad para que pueda disfrutarla a lo largo de su vida.

—O sea, que dejo a mi marido que siga sobándola lo que quiera y que ella se acostumbre a tener su polla en la mano.

—Lo que ella necesite, amiga. Más no te puedo decir, tendréis que ir viéndolo poco a poco. Obviamente, tú sabes quién es ese Príncipe que visita a tu hija, pero te cuesta aceptarlo. ¿Qué pasaría si a tu hija la visitara una Princesa también?

—¿Qué quieres decir?

—Que todas las niñas necesitan a sus madres para que las guíen también en ese camino, y nadie mejor que otra mujer para entender sus necesidades. De la forma como se desarrolle su sexualidad a esas edades va a depender que de adultos puedan tener un sexo sano y placentero con sus parejas.

Efectivamente, Clara tenía razón y nos había dado una lección a todas sobre cómo educar a nuestras hijas, pero el problema iba a ser ahora aplicar todas esas enseñanzas.

Llegué a casa, sin tener todavía una idea muy clara de cómo iba a actuar, pero al entrar, escuché ruidos extraños en la habitación de mi hija y pensé:

—(¡Uufff!, ya está otra vez la cría masturbándose….)

Pero al abrir la puerta, vi a mi marido sobre mi hija, follándola y haciéndola gemir de gusto. Me quedé paralizada, pero mi hija, al verme, me dijo:

—¡Mamá!, mira, este es el Príncipe de la Perversión.

Mi marido se dio la vuelta y vi que tenía una careta tapándole su cara, con la imagen de un Príncipe, lo que no dejaba de ser tan patético y surrealista, que hacía que yo casi no pudiera articular palabra:

—¿Pero esto que es……? ¿Qué estás haciendo….?

—Cariño, solo estoy haciéndole vivir ese cuento que tanto le gusta.

—Qué desfachatez… Tú y yo tentemos que hablar……

Después de pedir a mi hija que nos dejara a solas, empecé a preguntarle:

—¿Desde cuando estás haciéndole eso?

—¿El qué….? ¿Follarla….?

—Follarla y todo, claro.

—Pues esta era la segunda vez que se la metía.

—¿Pero cómo se te ocurre? Es tu hija…..

—Es que me lo pedía ella….. Ya veías como lo estaba disfrutando.

—Claro, normal. Y si encima llevas tiempo calentándola, pues más todavía. Cuando llegaba de trabajar y me la encontraba durmiendo contigo, nunca me imaginé que aprovecharas para estar sobándola, metiéndola el dedo y que ella se durmiera agarrada a tu polla.

—Bueno, mujer. Está en la edad, ya sabes, no es tan raro…… Es bueno para ella crecer de una forma natural.

—¿Desde cuándo le apetecen a la cría estas cosas…..? Yo llegaba a casa tan cansada, que me metía en la cama y ni me daba cuenta de que ella te buscaba la polla.

—Pues no te lo vas a creer, pero desde bien pequeña……

Yo recordaba lo que nos había dicho Clara, la Psicóloga, y quizás mi marido tuviera razón, pero me resultaba difícil asumirlo:

—No lo puedo entender….

—Pues deberías, porque tú también me contaste como te sobaba tu padre a su edad.

—Yo era mayor que nuestra hija y eran otros tiempos. Teníamos mucho respeto a nuestro padre y él hacía lo que quería conmigo y con mi hermana.

—Pero al final, se la metió también a tu hermana, que era la que más se dejaba.

—Lo que pasa es que mi hermana era una puta calentona y eso debió ser porque con ella empezó desde más pequeña y se acostumbró primero. Va a ser verdad lo que nos dijo Clara.

—¿Qué Clara? ¿Qué os dijo?

—La Psicóloga, nuestra amiga.

—¡Ah, sí!  Ella sabrá de estas cosas. En su consulta habrá visto de todo.

—Eso nos dijo. Según ella, es muy conveniente que las niñas vayan aprendiendo a conocer su sexualidad y que en casa, es el mejor sitio para empezar.

—Vés….lo que te decía yo, es solo una cuestión de mentalidad.

—Pero es que si tú te descargas con la niña, luego no te apetecerá hacerlo conmigo.

—No tiene por qué ser así. Es muy distinto hacerlo contigo que con ella. Además, yo creo que lo mejor sería que disfrutáramos los tres juntos.

—¿Y que yo fuera la “Princesa de la perversión”?, jaja.

—Claro, no estaría mal, aunque creo que ese título se lo ha ganado nuestra hija…..

—¡Hay que ver….! Y tú disfrutándolo, viendo cómo se convertía en ella. ¿No se habrá hecho una ninfómana?

—No, no creo. Si es una niña todavía.

—Pues por eso, Clara nos habló de las niñas ninfómanas también….

—¿Si?… Puede ser, ahora entiendo algunas cosas……

—¿Qué cosas?

—Aunque no te lo creas, yo no fui el que empezó a sobar a la cría. Ella ya había empezado sola a tocarse y fue la que me contó todo eso del “Príncipe de la perversión”. Eso no fue un invento mío.

—No me digas…., bueno, es lo que me dijo ella, que hablaba de eso con sus amigas.

—Menudas crías éstas, nos dan 20 vueltas, jaja. Me gustaría que tú también te animaras a estar con nosotros. Será más divertido y podrías enseñarla mucho.

—Bueno, hablaremos con ella.

En cuanto mi hija me vio, ya me preguntó:

—Mamá, ¿estás enfada conmigo?

—No, cariño, no lo estoy.

—Pero te enfadaste con papá.

—Es que no me esperaba veros así. Creía que  todavía no te gustaba eso.

—Ya soy mayor, a todas mis amigas les gusta.

—Sí, me imagino, pero pensaba que era solo con chicos de vuestra edad. ¿Por qué te gusta tanto la polla de papá?

—Porque la tiene muy gorda, jaja.

—¿Y eso te da más gusto? ¿No te hace daño?

—Un poco de daño, pero se me pasa y me da mucho gusto.

—¿A tus amigas les pasa igual?

—Sí, las que lo hacen con sus papás, los prefieren mejor que a los chicos de nuestra edad.

—¿Y las chicas te gustan también? ¿Lo has hecho con alguna amiga?

—¿Por qué me lo preguntas?

—Porque la mamá de Irene me dijo que a veces su hija llevaba a casa a una amiga y se metían en la habitación.

—¡Ah, sí! Se lía con Patri, les gusta comerse el coño.

—¿A ti no te gusta?

—No está mal, jaja, pero prefiero las pollas.

—Ya, claro. No pasa nada, lo importante es disfrutar y divertirse con todo.

Al siguiente día cuando llegué a casa, me encontré a mi marido y mi hija desnudos en el sofá, con la cría encima de él, por lo que les pregunté:

—¿Qué hacéis así?

—Es que nos acabamos de bañar y no quiere vestirse.

Mi hija, ya sin miedo a mi reacción, estaba sentada encima de su padre, abrazada a su cuello, besándolo, mientras la polla de mi marido permanecía erguida rozando su culo. Al verlos, me di cuenta de que la escena era demasiado morbosa como para no excitarme y sentándome a su lado, empecé a acariciar a mi hija, agarrando la polla de su padre y jugando con ella la rozaba con la vagina de la cría, que se levantaba para facilitar su contacto.

Al ver el tamaño de esa verga en su máximo esplendor y la pequeña rajita de mi hija, me parecía mentira que ya hubiera estado dentro de ella, pero está visto que ya estamos preparadas para follar mucho antes de lo que podamos pensar.

Mi hija seguía embelesada con la lengua de su padre, mientras él degustaba la boca de la cría como si fuera una exquisita fruta, aumentando la excitación de ambos, que se notaba en los erectos pezones de mi hija, los que empecé a lamer haciéndola retorcerse de placer.

Mi excitación también era máxima y empecé a desnudarme, como ellos, ofreciendo mis pechos a la cría para que los chupara igualmente, consiguiendo que despegara su boca de la de su padre, pero a él no le importó porque estaba encantado de que yo me hubiera unido a ellos, diciéndome:

—Seguro que tienes ganas de comerle el coñito.

—Sí, desde que se lo comía a mi amiga Naty, no he vuelto a probarlos….

Mi marido la agarró con las manos para levantarla y girarla hacia mí con las piernas abiertas para que viera su empapada vagina después del roce con su polla. Me incliné hacia ella y empecé a pasarle la lengua lamiéndole todo ese fluido que le rebosaba, lo que convertía en una exquisitez ir abriendo su rajita con la lengua dejando a la vista su interior rojizo que vibraba ante mis lametazos.

Alguna vez había leído que el coño de una cría como mi hija era unos de los mejores manjares que se podía degustar. Yo ya no me acordaba de cómo sabía el de mi amiga Naty, pero el de mi hija me estaba embriagando, sensación que era acompañada por los dedos de mi marido hurgando en mi coño, lo que me tenía fuera de mí y con ganas de morder esos apetitosos y tiernos labios vaginales de mi hija que se deshacían en mi boca como mantequilla.

Por primera vez, estábamos disfrutando los tres juntos, algo que yo jamás hubiera imaginado, pero ahora estábamos viviendo esos cuentos que se había inventado mi hija sobre Príncipes perversos que mecen en sus pollas a las niñas que empiezan a soñar con ellas, que empiezan a ser conscientes de lo que significa convertirse en una mujer, alguien a la que los hombres siempre van a buscar para satisfacer sus deseos y que esos Príncipes las van a enseñar a gozar de ello, incluso más que ellos, pero en estos casos, también se necesita a una Princesa de la perversión que sirva de modelo a esas niñas para gozar de sus cuerpos.

Y ahí estaba yo para hacer ese papel, para dirigir la polla de mi marido a su coño que vibraba y palpitaba por tenerla dentro, como algo instintivo entre una mujer y un hombre por unir sus cuerpos, algo en lo que mi hija ya iba teniendo su experiencia, en hacer que la polla de su padre de adaptara perfectamente a los pliegues de su vagina, haciéndole sentir a él esa agradable sensación de penetrar coños jóvenes.

La cara de mi hija era de éxtasis total, como si estuviera teniendo un placer mayor del que pudiera soportar a su edad y que la tenía a punto de desmayarse, pero se debía solo a la intensidad de su orgasmo, que se liberó con un grito de placer que me estremeció, porque podría ser como la de cualquier mujer adulta.

Después de vivir una de las sesiones de sexo más placenteras de mi vida, y de ver como mi hija, a su edad, ya podía disfrutar del sexo, volví a recordar todo lo que nos había contado nuestra amiga Clara, que nos decía que desde nuestra niñez, la forma en la que estos placeres sean suficientemente satisfechos o frustrados tendrá consecuencias (favorables o desfavorables) en el desarrollo de las posteriores búsquedas de placer y evitación del displacer en el adulto y que los niños de los dos sexos tienden a orientarse más (buscan más satisfacción con) al padre del sexo opuesto, intentando, a su manera, ser la pareja de Mamá o de Papá.

Este relato ha sido posible gracias a ese mundo particular, que se ha construido un amigo muy especial, en el que este tipo de cuentos son posibles y donde él puede llegar a disfrutarlos de esta forma que expongo aquí.

Anónimo

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