Siempre fui precoz en todo y así como tuve mi primera menstruación a los once años, de la misma manera y supongo que por esa razón, mi cuerpo se desarrolló rápidamente y a los catorce parecía tener dieciocho o veinte.
Mis viejos no eran demasiado “cuida” y me dejaban salir con algunas chicas del barrio más grandes que yo y así, en lugar de ir al fiestas de quince o cumpleaños de compañeras de la escuela, me escapaba con ellas a recorrer boliches y en uno de esos fue que conocí a Miguel, quien me sacó para llevarme a su casa y ahí perdí; me cogió, me desvirgó, me rompió el culo y encima me acabó adentro como tres veces; consecuencia, que a los nueve meses daba a luz a mi primera hija con nada más que quince años.
Por suerte él no sólo la reconoció legalmente sino que se casó conmigo y a los tres años volvía a tener a otra chiquilina, pero a esa altura el matrimonio se estaba desmigajando y poco después él se iba para no aparecer nunca más. Si bien conté con ayuda de los viejos, tuve que estudiar para conseguir mi independencia y poder criar a mis hijas libres de su influencia.
Recibida de fisiatra y kinesióloga médica, con el auge del cuidado femenino del cuerpo, me fue fácil conseguir trabajo en un instituto en el cual, con el paso del tiempo y mis buenos servicios, comencé a tener clientas particulares a domicilio y en algunos casos, recibí propuestas de realizarles ciertos masajes íntimos que finalmente terminaron en encamadas lésbicas y así descubrí un paliativo para mis necesidades, ya que desde el abandono de mi marido había decidido no darles mas cabida en mi vida a los hombres, aun a pesar de ser quien sufriría las consecuencias de la abstinencia.
El placer vino acompañado del bienestar, ya que muchas de mis clientas eran mujeres de buena posición que sabían recompensar mis servicios con generosidad y así me instalé por mi cuenta en una suerte de cadena, en la cual, para acceder a “todos” mi servicios, la beneficiaría debía referenciarme con una amiga con similares necesidades sexuales y posición económica; con el correr del tiempo y con el apoyo de ellas, con alguna e las cuales sostenía romances más o menos fijos, pude comprar el departamento, mandar las chicas a buenos colegios y yo misma, por maneras y hábitos, convertirme socialmente en una par de mis clientas.
Asumida plenamente mi homosexualidad y borrados los hombres de mis objetivos, solía concurrir a ciertos boliches de la comunidad para terminar la noche haciendo lo que hacía cotidianamente de día pero eligiendo yo a mi pareja. De vuelta de una de esas salidas, pasé por el cuarto de Mía, la más chica, y me enterneció ver ese cuerpito en maduración despatarrado en la cama boca arriba a causa del calor. De pronto advertí que en mi mente viciosa, mis pensamientos habían dejado de ser maternales para convertirse en pasionales y el cuerpito desnudo despertaba al conocido cosquilleo del deseo en mi bajo vientre.
Concientemente, me reprochaba semejante actitud, de cómo una de treinta y dos años tenía semejantes pensamientos incestuosos con su hija de trece pero la tentación pudo más y abandonando el bolso a los pies de la cama, sacándome los zapatos para no hacer ruido, retiré cuidadosamente la sabana que mantenía enrollada entre las piernas y la vista de su total desnudez me obnubiló; sacándome el top y la falda debajo de los cuales no tenía nada como consecuencia del encuentro, tan desnuda como ella, me arrodillé junto a la cama y extendí una mano temblorosa para rozar apenas la piel del torso y una fina capa de sudor no visible hizo resbalar los dedos que fueron recorriendo suavemente el abdomen, recorrieron el vientre donde apenas se dibujaba la musculatura y ascendiendo por el pequeño surco del medio, llegué hasta las tetitas.
Aunque sólidas, abultaban apenas con una ligera comba y los que sí estaban ya desarrollados eran los pezones que se elevaban gruesos y largos como una rosada evidencia de su feminidad; la suavidad de los toques debía ser imperceptible porque Mía no alteró su expresión calmosa y eso me envalentonó para que más dedos acompañaran al solitario índice en las caricias y trepando al cono carnoso de las tetitas, las recorrí totalmente para luego probar la textura de las mínimas aureolas y escalar los maravillosos pezones que sí reconocieron la caricia, irguiéndose endurecidos.
Un suspiro más o menos gimiente de mi hija me hizo comprender que dentro del sueño aceptaba su excitación y dejando lo pechos de lado, me escurrí hasta su entrepierna y viendo ya desarrollado al huesudo Monte de Venus al que apenas cubrían unos escasos pelitos, vislumbré la cabecita del clítoris perdiéndose en la fina raja y ya descontrolada, llevé dos dedos s excitar delicadamente el borde de la vulva que cedió blandamente a esa exigencia.
Colocándome para no aplastarle las piernitas entrecruzadas, con dos dedos fui separando los labios y el espléndido interior me sobrecogió; seguramente virgen, era pequeño y muy rosado, pero los colgajos amenazaban con ser respetables y en su parte inferior se veían no del todo desarrollados dos lóbulos que tapaba casi el pequeño agujero vaginal. Olisquee curiosa y esa fragancia todavía infantil me hizo comprender la enormidad de lo que estaba cometiendo pero ya me era imposible retroceder, tanto por ella como por mí, ya que me había propuesto no dejar aflorar sus necesidades masculinas e introducirla a mi mundo donde, sin exposiciones ni peligros, encontraría compensados con creces sus desahogos sexuales.
Con perversa gula, mi lengua caracoleó sobre esa delicia y pronto ya recorría exigente todas sus regiones mientras rebuscaba dentro de la capucha para azotar la cabecita del clítoris; ahora mi hija se agitaba inquieta a la vez que expresaba su reacción con farfullados gemidos de frases incoherentes; comprendí que indefectiblemente acabaría por despertar y quería que lo hiciera de la mejor manera posible, por lo que fui trepando por su cuerpito en un festival de besos y lenguetazos hasta arribar nuevamente a las tetitas y allí me estacioné para lamer y besuquear los conitos carnosos y encerraba entre los labios a los largos pezones para mamarlos como un bebé.
Finalmente sucedió lo que tenía que pasar y escuché su voz adormilada entre sorprendida y alarmada…
– Qué estas haciendo mamá…?
Lo obvio era lo obvio y no iba a andar con melindres con mi propia hija, por lo que subí rápidamente hasta su carita y mirándola fijo a los ojos, le dije…
-Mami no te va a hacer nada mi vida, sólo quiere demostrarte cuanto te quiere y cómo desea que seas feliz como mujer…
– Pero las chicas en el colegio dicen que las mujeres que hacen esto son putas homosexuales…tortilleras y come felpudos…
– Amor…son nenas como vos y no saben nada… el sexo sin amor sí que es de putas pero vos sabés cuanto las quiero y no voy a permitir que cualquier tipo les haga lo que tu padre me hizo a mí…y a ustedes. Hace años que ningún hombre me toca y sí, mantengo relaciones lésbicas con otras mujeres pero eso no me hace feminista ni homosexual.
– Y cómo le decís a esto?
– En la homosexualidad se pierde la identidad sexual, como les pasa a los hombres que se amariconan por que otros hombres le hacen lo que a las mujeres, pero en lo lésbico puro, lo único que hace una mujer es tomar momentáneamente el papel del hombre y se recibe lo que aquel te daría, pero seguís siendo mujer, no te hacés una machona y externamente te ves tan femenina como la que más y hasta coqueteas con hombres porque te excita…Los hombres mi vida, no sirven más que para embarazarte, pero sexualmente son unos inútiles ignorantes comparados con las mujeres…se manejan como si el mundo girara alrededor de su pia y te toman como un divertimento personal pero nunca pensando en vos…acaban y ya está y vos te quedás con las ganas y no se les vuelve a parar enseguida…en cambio las mujeres, mi amor, saben exactamente lo que se siente y necesita, dónde y en qué momento y es capaza de mantenerse excitada por horas aunque haya acabado…además, somos mucho mas lindas, no contagiamos enfermedades y especialmente, no andamos contándole a todo el mundo cuantos polvos nos echamos como hacen ellos…No mi amor…la sexualidad es en las mujeres un estado natural constante que podemos practicar entre nosotras en cualquier momento y sin siquiera desvestirnos…dejame que mamá te haga feliz y me lo vas a agradecer toda la vida…
Como vi que no se negaba pero todavía dudaba, acerqué mi boca a la suya y rocé apenas sus labios…tuvo una especie de estremecimiento pero no se inmutó y decidí profundizar el beso; sorbiendo sus labios que recién estaban cobrando forma, encerré al superior y mandando la punta de la lengua a escarbar sobre las encías, le hice lanzar un gemido que no supe si era de miedo o excitación, pero haciéndola entrar a buscar la lengüita, abrí la boca para abarcar toda la suya en un beso succionante que ahora sí la hizo gruñir y sentí su mano apretando mi nuca.
Loca de felicidad, envolví su cabeza con mi brazo izquierdo a la vez que acariciaba sujetando su barbilla para iniciar una serie de besos mojados a los que ella respondió instintivamente; sintiendo el calor de su cuerpito contra el mía, y sin dejar de besar, bajé la mano a sujetar su nalga para luego estrecharla contra mi cuerpo y sintiendo la tibia humedad de su vulva contra el muslo, lo moví suavemente para que sintiera el restregar de las pieles y eso pareció haberla convencido, ya que comenzó a acariciarme al tiempo que murmuraba frases inconexas entre mis labios pero comprendí que trataba de expresarme su contento.
Bajando nuevamente hacia sus tetitas, volví a sobarlas entre los dedos en tanto picoteaba con lengua y labios sobre los pezones y una de mis manos bajó a buscar su entrepierna y metiéndose en la raja, la estregué de arriba abajo hasta sentir como aumentaba su humedad y entonces sí, dos dedos fueron hundiéndose suavemente en la vagina; ella gemía quedamente mientras apretaba los puñitos y cuando yo empujé decididamente para concretar su desvirgamiento, los ayes se convirtieron en un grito lastimero al que ignoré para iniciar un lento vaivén de la mano.
Ella hipaba, jadeaba y sollozaba simultáneamente pero no se notaba una actitud negativa sino que su pelvis se meneaba apenas en un movimiento copulatorio y las piernas se abrían y cerraban; entonces me coloqué entre ella para llevar mi boca a explorar con la lengua esa belleza de concha y al comenzar a excitar al clítoris al mismo ritmo con que los dedos entraban y salían escarbando la vagina, sus piernitas se cerraron sobre mis espaldas para presionarlas y darse impulso para proyectar el cuerpo contra mi boca y dedos.
Convencida de que la “nena” ya estaba a punto, agregué otro dedo a la cogida mientras llevaba la boca al oscuramente rosado agujero del culo y cuando la lengua lo estimuló con vehemencia, Mía proclamo su contento…
– Dios! Sí…así mami, así…eso me gusta mucho…no dejés de hacerlo por Dios…. que lindo!
Decididamente lo estaba y fue cuando alterne la estimulación de la lengua con la introducción de un dedo que arrancó en ella entusiastas grititos de placer y entonces fue que tomé la más aberrante decisión; deteniéndome unos segundos en la cogida mientras ella jadeaba y murmuraba su asentimiento, saqué del bolso un arnés y colocándomelo solamente con el cinturón, emboqué la punta de la cabeza en al concha y empecé a meter la verga muy despacito.
Ella tuvo una reacción instintiva de escape pero sujetándola por la garganta, le coloqué las piernas encogidas sobre mis hombros para comenzar a meterla ahora ya sin cuidado alguno; Mía había abierto los ojos enloquecidos y mientras entre gritos y sollozos me rogaba que no la cogiera de esa manera; excitada aun más por ese sufrimiento que yo sabía convertiría en goce, pase las manos bajo sus axilas para tomarla por los hombros desde atrás y así sujeta, concluí la penetración y, dándole un momento para recuperarse, inicié la cogida con tierno vaivén que fue cambiando su llanto en ahogadas exclamaciones de placer hasta que finalmente, ella misma se aferró a mis brazos para darse impulso y de esa forma fuimos concretando una maravillosa cogida.
Es cierto que en las mujeres más que en los hombres, el sexo se manifiesta instintivamente con toda la sapiencia del mundo adquirida y Mía era un claro ejemplo de eso, porque encogiendo las delgadas piernas para pasarlas entre mis bazos, las abrió al máximo, con lo que sentí a la copilla estregar directamente contra la vulva dilatada y luego las encogió para envolver la cintura y colocando los talones contra mis nalgas, comenzó a presionarlas acompasando mis movimientos e incrementándolos con su esfuerzo; verdaderamente, mi nena era una putita en ciernes y decidida a llevarla a la cúspide sexual, me desprendí de ella entre sus protestas, para hacerla dar vuelta y colocándola arrodillada con cabeza y tetas contra las sábanas, volver a penetrarla.
Sus rezongos se convirtieron en bendiciones cuando me agazapé detrás suyo acuclillada para que mis rempujones tuvieran mayor impulso e inclinándome sobre sus espaldas, alcancé con las manos esas tetitas que aun a pesar de su tamaño oscilaban al ritmo del coito: Ella estaba gozándolo y también hamacaba el cuerpito que se adaptaba a la cogida como si lo hubiera hecho siempre y en tanto yo incrementaba paulatinamente la cadencia, suspiraba y gemía pidiéndome más.
Entonces confirmé mi propósito, y enderezándome, cogiéndola en un ángulo desde arriba con lo que la verga raspaba continuamente ese punto G recién inaugurado aumentando su histeria, fui metiendo el pulgar al hoyito del culo, provocando una encendida respuesta sobre que así le gustaba aun más y ablandándola de esa manera por unos minutos, saque al consolador mojado de la concha para apoyarlo sobre el culito y escupiendo abundante saliva como lubricación, fui enculándola.
Su alarido fue impresionante pero tal vez porque eran solamente los esfínteres los masacrados y no el tejido vaginal, el sufrimiento pareció menguar rápidamente y entre sollozos y ahogadas palabras entrecortadas por el hipar, me decía de su complacencia a ese sexo que la hacía disfrutar más que el vaginal; sintiendo cercano mi orgasmo y presumiendo que ella también estaría a punto de vivir esa sensación maravillosa que desconocía, me incliné para dirigir una de sus manos al sexo y guiándola para que estregara al clítoris con inmediatos resultados entusiastas, me enderecé para asirla por las caderas y tomando impulso, fui penetrándola alternativamente por culo y concha hasta que, junto a sus quejas y sollozos de alegría me manifestaba la expansión de su alivio que yo vi brotar abundante del sexo, nos derrumbamos unidas por ese vínculo físico que nos ligaría eternamente como mujeres.
Por Barquito
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