Me llamo José y la excitante experiencia que paso a contar ocurrió cuando yo tenía doce años recién cumplidos. Empezaba el invierno y los consabidos catarros y resfriados, de los que yo no escapaba pues siempre andaba acalorado y jugando sin cesar fuera y dentro de casa. Pero esta vez agarré un constipado fuera de lo normal, llegando incluso a tener fiebre y guardar cama.
Mimado en exceso aquellos días que no fui al colegio, mi madre me complacía en todo, y tras dos días de insistirle que quería dormir con ella, accedió muy a pesar de mi padre, que raramente se privaba de echarle un buen polvo según yo deducía, pese a mi ingenuidad, por los gemidos y movimientos de la cama que escuchaba en mi cuarto separado de su dormitorio por un simple tabique. ¡Cómo gozaba mi mamá con aquellas salvajes embestidas de mi padre ( hombre rudo pero maestro en el arte de dar placer a una hembra), que la hacían enloquecer y gritar como una posesa durante sus múltiples orgasmos!
Aquella noche dormí en la cama matrimonial, en medio de mi madre y de mi padre; éste con un humor de perros pues estaba muy recaliente según pude observar cuando se desnudó y se quedó en calzoncillos: la polla casi le salía por la abertura de grande y dura que la tenía. No obstante, al acostarse a mi lado me sonrió, me dio las buenas noches, y se echó a dormir. Mamá aún tardó un rato en meterse en la cama. Acabó de echarse sus potingues, que la mantenían tan guapa y lozana pese a sus casi cuarenta años, y se puso un camisón corto por encima de las rodillas, dejando transparentar su desnudez absoluta. Ya en la cama, como yo simulaba dormir profundamente mientras la espiaba, se limitó a besarme en la frente, apagar la luz y ladearse dándome la espalda.
Transcurrida una hora, yo continuaba insomne pues aquella tarde había echado una buena siesta, así que empecé a imaginarme cosas, mientras comprobaba que ya papá empezaba a roncar como un ceporro y la respiración de mamá, rítmica y lenta, anunciaba que ya dormía plácidamente …
Siempre había sentido curiosidad por saber en qué pezón estaba el piercing que mamá se había puesto en unas vacaciones en Ibiza, y que tanto enloquecía a mi padre según los comentarios que le oía cuando los escuchaba follar:
– ¿De quién es éste pezoncito anillado, putilla mía?
– ¡Cómemelo, amorcito, que acabará echando leche para ti! – respondía ella.
Con mucho cuidado, le saqué fuera del camisón el pecho que tenía más próximo y empecé a tocarle el pezón. Allí no estaba el piercing pero noté que éste se ponía duro y erecto, lo que creó en mi una extraña sensación que movió mi morbo por seguir con la exploración del cuerpo de mi madre … Me acurruqué junto a ella, que seguía de espaldas a mí, y empecé acariciarle el culo por encima del ligero camisón. Al comprobar que no pasaba nada y que ella no se movía, le introduje mi mano por la raja … El ano estaba tan suave y prieto que los dedos se deslizaron hacia delante hasta un orificio más abierto y carnoso. Los dos dedos entraron con facilidad bien adentro. Noté una presión sobre ellos como si una sobreexcitación de aquellos labios los aprisionasen para que no saliesen. Instintivamente empecé a imprimir un ligero ritmo y al poco noté como un líquido no muy abundante pero caliente los mojaban. Por temor a que mi madre se hubiese despertado con mi masaje y se hubiese meado encima, retiré rápidamente los dedos y sin darme cuenta los acerqué a la cara. ¡Curiosamente no olían a orina, sino a algo fuerte pero agradable y excitante!
Ya mamá se había dado la vuelta y ahora permanecía boca arriba y con las piernas ligeramente abiertas. Mi curiosidad me hizo perder el miedo y la vergüenza. Ahora deseaba que mamá mojara de verdad la cama para vengarme así de los reproches que me hacía hasta hace poco por mearme yo en la mía, ante las risotadas de mi padre y las burlas del resto de la familia. Ataco ahora por delante; voy directamente a su concha, que encuentro empapada de aquel jugo pegajoso.. semi incorporado en la oscuridad, le meto suavemente un dedo, luego dos … hasta tres.
Aquel orificio lubricado es amplio y permite deslizar mi mano con facilidad bien adentro. De repente, noto que una pequeña pijita corona aquella entrada mágica. Está erecta y aumenta de tamaña por momentos. Con el dedo pulgar la masajeo al tiempo que imprimo ritmo a los dedos que tengo dentro del coño. Mamá se estremece y junta sus piernas para sentir bien adentro mi manipulación. Su cuerpo se arquea mientras mi mano se siente atrapada en aquella cueva, gime, se convulsiona … y derrama una buena cantidad de aquel líquido caliente y viscoso.
Quedo inmóvil un rato por miedo a despertarla. Poco a poco su coño se va relajando y aprovecho la oportunidad para retirar mi mano de su vagina. Al poco, mi madre se vuelve hacia mí y me echo a temblar (¿se habrá dado cuenta?) y desliza su mano hasta tocarme el pecho suavemente, acaricia mis pezones y empieza a bajar su mano hacia el ombligo, el pubis con mi incipiente vello … hasta llegar a mi polla. Al notar mi erección, coge mi mano y vuelve a llevársela al coño. Me la cierra en forma de puño y se la introduce entera en su concha, empujando con fuerza para que llegue bien adentro. El pequeño tamaño de mi mano unido a los jugos vaginales que la lubricaban, permitieron que casi todo mi antebrazo entrase dentro del útero.
Mamá empezó a acariciarme los huevos sorprendentemente hinchados como nunca hasta conseguir que mi verga alcanzara la mayor erección posible. Cuando me notó empalmado como un mandril, con sus dedos pulgar e índice mojados en su saliva retiró suavemente mi pellejo del glande dejándolo al descubierto e inició lentamente un ritmo arriba y abajo que me hizo estremecer de pies a cabeza. Nunca había sentido aquella sensación tan placentera y al poco, con mi mano aprisionada dentro de su útero proporcionándole a la muy zorra un placer indescriptible, empecé a soltar por primera vez en mi vida unas ráfagas de un líquido muy parecido al que había salido de la concha de mi madre.
Ella orgasmo casi al tiempo, en medio de espasmos y gemidos que casi despiertan a mi padre, mojando de nuevo mi mano.
Empapados en sudor y efluvios, ambos caímos en un sueño profundo. El cabrón de mi padre seguía roncando ajeno a lo que había ocurrido a un palmo de él.
Al día siguiente ya me encontraba mejor así que mamá me mandó al colegio. Cuando me despedía de ella en la puerta de casa aún tuvo el valor de decirme:
– Dormir conmigo te ha curado, ¿eh, bribón? Así que la próxima vez que estés malito, ya lo sabes …
Por José M.
No hay comentarios:
Publicar un comentario